No temas a las situaciones difíciles del matrimonio

La imagen en mi cabeza fue clara, era la imagen de una oveja siendo guiada desde atrás por su pastor. La oveja mantenía su rumbo por la senda recta gracias a los golpecitos de la vara en su muslo. Escuché al Señor decir: “No temas, yo te guiaré y te protegeré”.

El Señor estaba hablando a mi corazón mientras yo confrontaba mis temores acerca del matrimonio. Estaba de novia con mi esposo cuando el miedo se apoderó de mí y me impedía dar un paso adelante en la relación. Tenía temor de ponerme en una posición vulnerable porque eso podría causarme heridas. Yo quería una vida libre de dolores personales y despecho. Deseaba tomar mis propias manos y proteger mi corazón, en lugar de dejarlo en manos de mi Padre.

Cuando Dios me dijo que no temiera yo ingenuamente pensé que eso significaba que todo iba a salir bien y que nada malo me sucedería. Seguramente él me protegería para que no me rompieran el corazón. Mirando hacia atrás ahora, yo no estaba confiando verdaderamente en Dios cuando me encaminé hacia el matrimonio, estaba confiando en una perspectiva optimista y en el sentimentalismo del romance. Ahora lo entiendo, porque la realidad del matrimonio con el tiempo erosionó mi optimismo y sentimentalismo, y mis temores se hicieron realidad.

La guía del Señor

¿El Señor no dijo que me protegería? ¿Por qué entonces me llevó directo al dolor y a la angustia en el matrimonio? Cualquier clase de dolor es como dejar a un niño solo en un cuarto oscuro sin ninguna lucecita, sabiendo que hay un monstruo debajo de la cama. Solo queremos que alguien encienda la luz y que el monstruo desaparezca. Cuando Dios dice “no temas”, es porque hay cosas en este mundo maldecido que nos atemorizan, pero él quiere que no temamos a aquello que da temor.

El matrimonio puede causar temor, porque representa lo desconocido. Puede ser difícil porque estamos aprendiendo a conocer y experimentar la interacción de nuestros puntos fuertes y débiles con los de nuestro cónyuge y, como seres egoístas, tememos las situaciones difíciles. Sin embargo, Dios las permite para exponernos y quitar las capas de nuestro ser a las que debemos morir. Mi temor al matrimonio era esencialmente un temor al valle de sombra de muerte.

El Rey David, quien fue él mismo un pastor, escribió las palabras: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento (Salmos 23:4). David debe de haber estado familiarizado con el uso de la vara y el callado en el pastoreo. Él sabía que la vara sirve para contar las ovejas. Un buen pastor cuenta y cuida sus ovejas, él conoce a aquellas que le pertenecen. El cayado nos da confianza cuando nos aventuramos al territorio desconocido del matrimonio, porque sabemos que somos contados dentro de la manada comprada por Dios; nosotros somos preservados como la mismísima propiedad de Dios.

La vara y el cayado son también instrumentos que sirven para guiar a las ovejas. A pesar que él quizá nos guíe hacia los valles dolorosos del matrimonio, aun así todavía podemos confiar en el corazón de nuestro Buen Pastor. En su amorosa providencia, el dolor viene a ser un regalo que tiene el poder de hacernos poner de rodillas en dependencia de Dios. Como dijo Charles Spurgeon: “¡Qué felicidad es ser afligidos para encaminarnos hacia el cielo! Es bueno ser probados para estar deseosos de recibir más gracia divina”.

La disciplina del Señor

Los golpecitos de la vara del pastor no solo sirven para guiar, sino también para disciplinar. No son para castigar, sino para enseñarnos e instruirnos. Nos indican la senda por la que debemos caminar. Nos enseñan a no tener miedo a lo desconocido, sino a confiar en el corazón del Buen Pastor, cuya protección se ve diferente a nuestra versión de ella. Él no nos promete una vida libre de dolor y dificultades en el matrimonio, pero sí nos promete que protegerá nuestras almas eternas: su vara está lista para atacar a nuestros adversarios espirituales, y es su presencia reconfortante y bondadosa la que protege nuestro corazón y mente cuando caminamos por el valle de sombras. Su disciplina es una forma de protegernos de nuestro corazón pecador. En mi caso, de mi tendencia pecaminosa a temer y no confiar en Dios en mi matrimonio.

Cuando nuestro Buen Pastor nos guía a través del valle de sombras en el matrimonio, nos va guiando derecho hacia él mismo, y eso es lo más reconfortante: pertenecer a Cristo y recibir más de él a través de las pruebas, porque es Cristo mismo quien camina con nosotros por el oscuro valle. Por eso David pudo decir: “No temeré mal alguno”. A pesar de que Dios puede someternos al dolor y las dificultades del matrimonio, él no lo hace con gozo (aunque, como le sucedió a Cristo, hay gozo puesto delante nuestro). Por eso David dice: “Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Salmos 56:8).

Jesús, que camina con nosotros, lleva sus propias llagas que dan testimonio del dolor personal. Él transitó su propio valle oscuro y ahora se compadece e intercede por nosotros. Voluntariamente, Cristo se puso bajo la maldición de este mundo, de manera que pudiera protegernos de nuestra propia maldad y condenación eterna. Él pagó el precio para hacernos sus ovejas amadas y él cuidará mucho de aquellas que le costaron su propia vida. Un Buen Pastor da la vida por sus ovejas; tenemos esa clase de pastor y con él no temeremos a las situaciones difíciles del matrimonio.