¿Qué bien puede venir del sufrimiento?

Nunca es la voluntad de Dios que sus hijos sufran”

He oído esta declaración usada frecuentemente tanto por cristianos como por no cristianos al interpretar el carácter de Dios. ¿Porque un Dios amoroso no quisiera que sus hijos sean felices?

Yo entiendo el razonamiento. Yo también quiero ser feliz. Yo no quiero mis relaciones cercanas destruidas. O mi salud arruinada. O mi sustento arrebatado.

Mas en la multiforme sabiduría de Dios, mientras veo las Escrituras, yo veo claramente cómo Dios usa el sufrimiento para nuestro bien. Y para nuestro gozo eterno. Que es mucho más profundo que cualquier gozo pasajero.

Isaías 30 habla maravillosamente de cómo Dios usa el sufrimiento, sin importar cómo este llega. Hablando a los Israelitas, quienes habían sido disciplinados por su desobediencia, Isaías dice:

“Ciertamente se apiadará de ti a la voz de tu clamor; cuando la oiga, te responderá. Aunque el Señor os ha dado pan de escasez y agua de opresión, tu Maestro no se esconderá más, sino que tus ojos contemplaran a tu Maestro. Tus oídos oirán detrás de ti una palabra: Este es el camino, andad en él, ya sea que vayáis a la derecha o la izquierda. Y profanarás tus imágenes talladas recubiertas de plata, y tus imágenes fundidas revestidas de oro. Las esparcirás como cosa inmunda, y les dirás: ¡Fuera de aquí!” (Is. 30:19-22)

Dios nos puede dar el pan de escasez y agua de opresión, pero con ellos vienen promesas extraordinarias: la seguridad de que Él escucha y responde nuestras oraciones, la habilidad de verlo y sentir Su presencia, dirección clara para nuestras decisiones y poder para destruir el pecado—estos son regalos asombrosos.

Dios escucha y responde

Cuando estamos sufriendo, podemos estar confiados que Dios escucha nuestras desesperadas súplicas. El Creador del cielo y la tierra está escuchando atentamente, esperando que nosotros clamemos a Él. No tiene que ser una oración elocuente. Solo un clamor sincero por ayuda.

Y al momento que el Señor escucha nuestro clamor, Él nos responde. Inmediatamente. Él responde tan pronto como nuestra petición por misericordia sale de nuestra boca.

Pero honestamente, en medio del sufrimiento, muchas veces sentí lo opuesto. Sentí que Dios ignoraba mis clamores porque mi situación no cambiaba. Mientras yo le pedía a Dios por liberación, las cosas se estaban poniendo peor. Pero Dios me ha recordado gentilmente que Sus respuestas pueden ser “si”, “no” o “espera”. Y aunque yo no lo entienda, sé que Dios siempre me dará lo que es mejor para mí, cuando es mejor para mí.

Dios se da a sí mismo

Dios extraordinariamente nos da Su presencia en medio del sufrimiento. El Señor, nuestro Maestro, no se esconde. Aunque Dios nunca nos deja, muchas veces no percibimos Su presencia. Podemos vivir nuestra vida día a día, inconscientes de que Él va con nosotros. Pero en el sufrimiento, la presencia de Dios es inconfundible. Es como si Él removiera el velo que esconde Su cara de nosotros, y nos encontramos en la misma habitación del trono de Dios.

Para mí, esto es un sentimiento poco común. Mientras yo sé que Dios siempre está conmigo, yo raramente experimento la presencia de Dios de una manera espectacular e inconfundible. Yo me he sentido cerca de Él leyendo las Escrituras, orando y adorando a Dios en comunidad, pero hay algo especial al experimentar Su presencia en medio del sufrimiento.

Yo nunca olvidaré esos encuentros sobrenaturales con Dios. El gozo que sentí en esos momentos, momentos que estaban rodeados de circunstancias insoportables, sigue vívido. Esos tiempos son como anclas para mí, para cuando Dios parece vago y distante, yo recuerdo como Él revivió mi alma en mi profundo dolor.

Dios nos da dirección clara

Hace algunos años estuve caminando por otro valle oscuro. Dolor físico y emocional me sobrecogían, haciendo difícil aun el pensar o procesar la situación. Pero al mismo tiempo, el dolor extrañamente me hizo más atenta a la Palabra de Dios. Podía ignorar el ruido de mi alrededor y enfocarme en lo que Dios me estaba diciendo a través de su Palabra.

Dios me dio Su gracia al apoyarme en Él de maneras que nunca había hecho antes. Le pedí por dirección, y Él me la dio. El dirigió mis pasos mientras yo caminaba. A través de hermanos y hermanas creyentes, a través de las circunstancias, a través de la oración, pero mayormente a través de leer Su palabra, aprendí a reconocer Sus caminos. Yo solo tuve que escuchar.

Escuchar para mi requiere leer la Biblia, porque allí es donde yo escucho a Dios. Es a través de la Escritura que Dios en el pasado habló con claridad cuando me consoló, me dio convicción y me guió. Él usó pasajes que se sentían amados y familiares, al igual de aquellos que alguna vez parecían secos y aburridos. Mientras los leía, Él respiró vida dentro de estas palabras, trayendo un entendimiento más fresco, sabiduría y dirección.

Dios nos ayuda a destruir nuestros ídolos

Por último, Isaías 30 nos muestra que el sufrimiento nos ayuda a destruir nuestros ídolos. Si bien es cierto que yo no adoro a ídolos tallados, yo he levantado ídolos dentro de mi corazón (Ez. 14:3), que pueden ser aún más peligrosos. He adorado la aprobación, el respeto, el éxito y el tener una familia perfecta. Pensé que estos me harían feliz. Pero cuando me fueron quitados, el poder de esos ídolos minimizó.

Todo mi sufrimiento ha envuelto pérdida. Pérdida de cosas que valoraba. Pérdida de cosas que amaba. Con frecuencia ellas eran cosas buenas, a veces cosas maravillosas, pero ninguna de ellas era tan buena como Dios mismo. Y aunque me dolió perderlas, yo vi como Dios me dio gozo aun sin ellas. Porque mi gozo está arraigado en Él.

Aunque yo no escoja la adversidad, ella ha sido un regalo incomparable en mi vida. ¿Ha sido difícil? Sí. Pero ¿ha valido la pena? Absolutamente.

Puedo honestamente repetir las palabras de Joni Eareckson Tada, “Yo no cambiaría mi lugar con nadie en este mundo por estar tan cerca de Jesús”.


The Scars That Have Shaped Me book

Vaneetha Rendall Risner begged God for grace that would deliver her. But God offered something better: his sustaining grace.

In this book, Vaneetha does more than share her stories of pain; she invites other sufferers to taste with her the goodness of a sovereign God who will carry us in our darkest of days.