Regeneración, fe, amor: en ese orden

Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de El. 2 En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. 3 Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos. 4 Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe. 5 ¿Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

Uno de mis propósitos hoy es demostrar que nuestra habilidad para amar imperfectamente a otros, está fundamentada en nuestra certeza de que Cristo ya ha amado a otros perfectamente. En otras palabras, quiero que ustedes vean, por ustedes mismos, que aun cuando no amamos como debiéramos, la perfección de Cristo se yergue ante Dios en lugar de nuestra imperfección. Y quiero que ustedes vean que el modo en que disfrutamos de esa unión con Cristo es nuestra fe en Cristo, no el amor por las personas. Por tanto, la fe debe venir antes y debe ser el fundamento del amor y ser diferente del amor. De otra forma, el amor sería destruido.

Si usted no llega al amor de esta manera, su fracaso probablemente le abrumará con culpa y desesperanza, y entonces usted daría lugar al trabajoso legalismo o a la inmoralidad fatalista.

La Cadena de Ideas en 1ra de Juan 5:3-4

Comencemos donde nos quedamos la vez pasada, en la cadena de ideas de 1ra de Juan 5:·3-4. Estamos analizando este texto para ver cómo el nuevo nacimiento, la fe en Cristo, y el amor por las personas, se relacionan entre sí. Y qué diferencia hará en la manera en que ustedes se ven a sí mismos en la Palabra de Dios, sea que crean lo que creo o no.

El Primer Eslabón: Amar a Otros

El versículo 3 dice: “este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”. Algunas veces las personas igualan la obediencia a los mandamientos con la acción de amar a Dios. A menudo citan a Juan 14:15: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”. Pero este texto diferencia con claridad el amor a Cristo de la obediencia a sus mandamientos. Si ustedes me aman (este es un aspecto), entonces guardarán mis mandamientos (este es otro aspecto). El primero conduce al segundo. Si usted tiene el primero, entonces hará el segundo. El amor y la obediencia a los mandamientos no son idénticos.

No está mal decir que amar a Jesús, o amar a Dios, implica hacer lo que él manda. Pero esa no es toda la verdad. Es por esta razón que Juan dice en 1ra de Juan 5:3: “y sus mandamientos no son gravosos”. Amar a Dios no es solo la obediencia externa; significa tener un corazón que no siente que los mandamientos son gravosos.

Y si los mandamientos no son gravosos, ¿qué son?, son deseables. Lo que usted desea hacer con todo su corazón no le es gravoso. Escuche al salmista, Salmo 40:8: “me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón”. Salmo 119:24: “También tus testimonios son mi deleite; ellos son mis consejeros”. Salmo 119:92: “Si tu ley no hubiera sido mi deleite, entonces habría perecido en mi aflicción”. Amar a Dios significa admirarle, valorarle, atesorarle, y desearle con tanta autenticidad que su voluntad se vuelva nuestra delicia y no nos es gravosa.

¿A Qué Mandamientos de Dios Se Refiere Juan?

Antes de ir al próximo eslabón de la cadena en los versículos 3 y 4, asegurémonos de que sabemos qué mandamientos específicos tiene en mente el apóstol Juan cuando habla acerca de guardar los mandamientos como una expresión de amor hacia Dios. La respuesta es bien obvia si seguimos la línea de pensamientos desde el 4:20 en adelante. Juan dice en el versículo 4:20: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto”. Por tanto, parece que la obediencia específica que Juan tiene en mente y que debiera mostrar el amor de Dios, es el amor a otros, especialmente a otros creyentes.

Juan afirma la misma idea en 1ra de Juan 5:1: “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de El”. Así que aquí vemos nuevamente el mismo concepto: La señal de que usted ama a Dios es que usted ama a los demás, especialmente a otros creyentes. Entonces, el versículo 2 le da la vuelta a la misma idea y dice que Dios es la señal de que usted ama a los hijos de Dios: “En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos”. Creo que el propósito de Juan era protegernos de las interpretaciones sentimentalistas del amor que olvidan totalmente los mandamientos de Dios. Y Juan está diciendo: no piensen así. Ustedes no aman a alguien si no aman a Dios. Quizás piensen que amen a las personas, pero Juan dice en el versículo 2: “En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos”.

Los Mandamientos Se Resumen en Amar a Otros

Si usted no ama a Dios, entonces no podrá hacer un supremo bien a alguien. Puede alimentarle, vestirle, hospedarle, y hacerle sentir bien mientras muere. Pero en la mente de Dios, eso no es amor. El amor sí alimenta, viste y hospeda, y además guarda los mandamientos que incluyen ayudar a las personas a conocer y amar a Dios en Cristo. Pero si usted no ama a Dios, no podrá hacerlo. Por tanto, si no ama a Dios no podrá amar a las personas de una forma que cuente para la eternidad.

Así que ya tenemos nuestra respuesta: cuando Juan dice, “Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos”, quiere decir, fundamentalmente, que los mandamientos se resumen en amar a las personas, especialmente a los creyentes. Así podemos parafrasear el versículo 3: «Este es el amor de Dios: que amemos a los demás, especialmente a sus hijos, y esta vida de amor sacrificado a la semejanza de Cristo, no es gravosa. Es lo que más profundo deseamos hacer como expresión de nuestro amor por el Padre».

El Segundo Eslabón: El Nuevo Nacimiento

Ahora, el segundo eslabón en la cadena de ideas en los versículos 3-4, es el versículo 4a: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. Fíjese en la palabra “porque” al comienzo, Juan dice, ahora explicaré por qué no es gravoso amar a Dios obedeciendo sus mandamientos, es decir, amando a los demás. No es gravoso, dice en el versículo 4: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”.

Podemos amar a Dios y a los demás porque en el nuevo nacimiento hemos conquistado el mundo: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. Esto debe significar que hay fuerzas en el mundo que obran para no permitirnos amar a Dios y a los demás. Y en el nuevo nacimiento, estas fuerzas han sido derrotadas.

El Problema: Las Fuerzas en el Mundo

¿Qué serían estas fuerzas? Veamos 1ra de Juan 2:15-17, para ver la respuesta más clara en esta carta;

“No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. 17 Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

Así que hay fuerzas en el mundo que deben vencerse (versículo 16): “la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida”. Todo pudiera resumirse en los deseos de tener lo que no tenemos y la arrogancia en lo que sí tenemos. Cuando no tenemos lo que queremos, el mundo nos corrompe con codicia. Y cuando tenemos lo que queremos, el mundo nos corrompe con arrogancia u orgullo.

Estas fuerzas nos impiden amar a Dios y a los demás. Amamos a las cosas, y cuando no las tenemos, las anhelamos. Y cuando las tenemos, nos encanta hablar de ellas incesantemente ¿Y dónde está Dios? En el mejor de los casos existe como un Papito Cósmico de azúcar. Incluso pudiéramos agradecerle por todo lo que tenemos. Pero hay un tipo de gratitud que demuestra que nuestro dios es el regalo y no el Dador.

La Solución: el Nuevo Nacimiento

La razón fundamental por la que no amamos a Dios y nos parece gravoso amar a las personas es que anhelamos las cosas del mundo. Pudieran ser buenas cosas, pudieran ser malas, pudieran ser materiales, pudieran ser relacionales; cualquiera que fuera su forma, no son Dios. Y cuando las anhelamos más que a Dios, se vuelven ídolos. Reemplazan el amor por Dios y por las personas. Ese es el problema universal del mundo ¿Cuál es la solución?

La respuesta de Juan está en 1ra de Juan 5:3-4. Él dice, en el versículo 4, que amar a Dios y a las personas no es gravoso (versículo 3), porque hemos nacido de nuevo y este nuevo nacimiento conquista al mundo: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. Ahora podemos ver qué quiso decir: que el nuevo nacimiento corta la raíz de esos anhelos por el mundo. Vencer al mundo significa que los deseos de la carne y los deseos de los ojos, y la arrogancia de la vida no nos gobiernan más. Su poder ha sido quebrantado.

El Tercer Eslabón: La Fe en Jesús

¿Cómo funciona? Esto es lo que responde la última parte del versículo 4 (el tercer eslabón de la cadena): “y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe”. El nuevo nacimiento conquista los deseos de la carne y los deseos de los ojos y la arrogancia de la vida porque crea fe.

La obra más inmediata y decisiva de Dios en el nuevo nacimiento es la nueva vida que él produce en nosotros y nos hace ver el valor supremo de Jesús por encima de todo lo demás. E inmediatamente, esta visión espiritual del valor supremo de Jesús nos hace recibir a Jesús como el Tesoro que es. Eso es fe: recibir a Jesús por todo lo que él es porque nuestros ojos han sido abiertos para ver su verdad, su belleza, y su dignidad.

La Fe Ve que Jesús es Mejor

Por esta razón la fe conquista el mundo. El mundo nos mantiene sujetos por el poder de sus deseos. Pero ahora nuestros ojos han sido abiertos por el nuevo nacimiento para ver cuán supremamente atractivo es Jesús. Jesús es mejor que los deseos de la carne, y mejor que los deseos de los ojos, y mejor que las riquezas que nos estrangulan con codicia y arrogancia (Marcos 4:19).

Ahora estamos posicionados para responder a nuestra pregunta original acerca de la relación que existe entre la regeneración, la fe en Cristo, y el amor a las personas. Esto es lo que puedo decir y la razón por la que creo que es tan importante:

El Nuevo Nacimiento es la Causa de la Fe

Podemos decir, en primer lugar, que la regeneración es la causa de la fe. Esta afirmación se evidencia con claridad en 1ra de Juan 5:1: “Todo aquel que cree [es decir, que tiene fe] que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios”. Nuestra fe es el resultado de haber nacido de Dios. Nuestra fe es la evidencia inmediata de la regeneración de Dios en nosotros.

Amar a las Personas es el Fruto de la Fe

En segundo lugar, podemos decir que amar a las personas es el fruto de esta fe. Así argumenta Juan en el versículo 4: “la victoria que ha vencido al mundo [es decir que ha vencido los obstáculos para amar a los demás]: nuestra fe”

El Orden: Nuevo Nacimiento, Fe, Amor

Por tanto, en orden de origen tenemos:

  1. El nuevo nacimiento.
  2. La fe en Jesús.
  3. La obediencia a los mandamientos de Dios, es decir: amar a los demás, sin que nos sintamos agravados por ello.

Dios produce el nuevo nacimiento, el nuevo nacimiento es la creación de nueva vida y ve a Cristo como quién realmente es y le recibe, y esta recepción de Cristo corta las raíces de los anhelos del mundo y nos liberta para amar

Ahora, ¿por qué es tan importante este orden?

Es importante porque nos evitará confundir a la fe que salva y el amor por las personas. En la actualidad hay algunos que unifican la fe en Cristo y el amor por las personas. Están diciendo que la fe realmente significa fidelidad, y que la fidelidad incluye el amor por las personas y por tanto no hay modo de distinguir la fe en Cristo del amor por las personas.

La Fe y el Amor: Inseparables, pero Diferentes

Creo que este es un error mortal. Trataré de decir por qué. La fe en Cristo y el amor por las personas son inseparables. Pero no son indistinguibles. Son tan inseparables que Juan puede resumir todas las demandas de Dios en la fe y el amor. 1ra de Juan 3:23: “Y este es su mandamiento [singular]: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros como El nos ha mandado”. En este libro, este es el resumen de todas las evidencias de vida: crean en Jesús y ámense unos a otros.

Pero el orden en que surgen es crucial. Y es crucial porque vendrá un día cuando usted no amará como debiera ¿Y qué hará si su corazón le condena porque usted sabe que el amor es una evidencia del nuevo nacimiento? ¿Cómo se sentirá seguro de su salvación?

Jesús Nunca ha Dejado de Amar a los Hombres

Aquí tiene un modo crucial de pelear por su esperanza en ese momento, y depende de una clara distinción entre la fe en Cristo y el amor por las personas: vaya a 1ra de Juan 2:1 y lea: “Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis. Y si alguno peca [es decir, si no ama a los demás como debiera], Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. Juan asume que (aun cuando fallamos, aun cuando pecamos), cuando no amamos como debiéramos, tenemos un Abogado ante Dios. Y este Abogado es llamado “el justo”. Es decir, él es perfecto (vea Romanos 8:33-34).

Aun si usted ha pecado, él nunca ha pecado; aun si usted no ha amado como debiera, él nunca ha dejado de amar como debiera. Y solo Jesús está ante Dios abogando por usted, no en su contra, sino a su favor. Precisamente porque usted ha fallado: “Y si alguno peca, Abogado tenemos […] a Jesucristo el justo”.

El énfasis cae sobre la justicia, sobre la impecabilidad de Cristo, sobre su perfección donde nosotros hemos fallado. Y este principio funciona en nosotros porque la fe le ha recibido. Y cuando la fe le recibe, él es todo lo que necesitamos ante Dios. Él es nuestra justicia, y nuestra perfección, y nuestro amor perfecto. Él es el fundamento de nuestra esperanza ante un Dios santo.

La Fe en Jesús: La Raíz del Amor por los Demás

Por esta razón es tan crucial ver que la fe en Jesús es diferente del amor por las personas y es la raíz de ese amor. Creer en Jesús significa recibirle. Amar a los demás significa entregarnos por los demás. Podemos entregarnos a ellos perfectamente porque hemos recibido a Jesús como nuestra perfección. Recibir a Jesús significa que él es el fundamento de nuestra salvación. Es la base del fundamento de nuestra esperanza. Ante el Padre cuentan decisivamente la perfección y el amor de Jesús. La fe en Jesús, no el amor por las personas, recibe a Jesús como nuestra justicia sustituta, perfección y amor.

Es por esta razón que puedo tener esperanza cuando tropiezo. Mi posición ante Dios no tiene altibajos, o depende de mi peregrinaje y mis tropiezos. Mi posición ante Dios es la justicia de mi abogado. Mi Abogado perfecto dice: «Padre, por amor a mí, ten piedad de tu siervo imperfecto John. Por amor a mi perfecto amor, ten piedad de su amor imperfecto. Tú conoces todas las cosas Padre (1ra de Juan 3:20). Tú sabes que en su corazón él está confiando en mí y que él confía en mí. Por tanto, Yo Soy suyo y mi amor perfecto es contado como el suyo».

Jesús Nuestro Abogado Perfecto

Y así Dios me ve en Cristo. Y yo no desespero por mis fracasos. No estoy paralizado en la desesperanza. Confieso mi fracaso al amar (1ra de Juan 1:9). Acepto el perdón que Jesús compró, y tomo mi lugar en la propiciación (que remueve la ira) que él proveyó para mí (1ra de Juan 2:2). Y animo mi corazón (3:19) porque Dios me ve a través de mi Abogado, mi Abogado Perfecto.

Así que finalizo donde empecé. Quería que ustedes vieran por sí mismos que nuestra habilidad de amar a los demás imperfectamente está fundamentada en el hecho de que en Cristo ya hemos amado perfectamente. Él es la perfección que necesitamos ante Dios. Y nosotros no la tenemos por amar a los demás, sino por confiar en Jesús. Esta misma certeza es la clave para amar a los demás. Y si perdemos esta clave, perdemos todo, incluso el poder de amar a los demás.