Siervos de Dios, santificación, vida eterna

Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres en cuanto a la justicia.21 ¿Qué fruto teníais entonces en aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de esas cosas es muerte. 22 Pero  ahora, habiendo sidos libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como resultado la vida eterna.

Centrando la Vista en el Pecado de mi Propia Vida y No en El de Los Demás

El gran cuadro de Romanos 6 es que la realidad de la justificación por la fe no produce cristianos que son  caballeros en cuanto a su propio pecado. En otras palabras, Pablo escribe este capítulo para mostrar por qué creer en la justicia de Cristo como el fundamento de nuestra aceptación con Dios no nos hace indiferentes al pecado, sino que nos hace oponernos al pecado en nuestras propias vidas.

Permítame acentuar eso — nuestras propias vidas. No hay una palabra en este capítulo sobre corrompernos por el pecado de otra persona contra nosotros. Pablo habla sobre manejar el pecado  en otra gente en el capítulo 12, pero ahora, el gran asunto está en mi pecado contra Dios y contra usted, y no en su pecado contra mí. Así que no seamos de los que apuntan con los dedos. Parémonos ante el espejo de la palabra de Dios.

Entonces el gran propósito de Romanos 6 es mostrar por qué la justificación por la fe trae santificación con ella. O como los maestros de los tiempos antiguos solían decir: este capítulo enseña por qué la fe que solo justifica, nunca esta sola, sino que siempre trae santidad de vida con ella. Otra manera de decirlo sería que aunque la fe que justifica no produce perfección en esta era, siempre produce una nueva dirección en esta era. Destrona al pecado, entrona a Dios, y hace guerra al pecado en nuestros corazones y en nuestros cuerpos.

La Obra de Dios, La Justificación, La Santificación y la Vida Eterna

Mientras el capítulo se aproxima a su final, tres cosas se hacen mucho más claras. Se hace más y más claro que nuestra condición de humanos no es solo que somos culpables de pecado y necesitamos el perdón y la justicia de Cristo que nos encomienda a Dios, sino también que somos esclavos del pecado y necesitamos ser liberados de su poder así como de su castigo.

Y se hace más y más claro, como vimos la semana pasada, que esta entrega (esta “santificación”) es decisivamente la obra de Dios, y luego, dependientemente, nuestra obra. Debemos hacerla. Pero no podemos hacerla a menos que Dios nos capacite para ello.

Y en tercer lugar, se hace más y mas claro que nuestra vida eterna depende no solo de la justificación, sino también de la santificación. En otras palabras, si alguien dice, “Ah, yo soy justificado por la fe y por tanto no necesito renunciar al pecado y buscar la santidad,” esa persona probablemente no sea salva. Y sin estar libre de la esclavitud del pecado, no heredará la vida eterna.

Esas tres cosas están en el texto de hoy, Romanos 6:20-22. 1) Todos, por naturaleza estamos esclavizados por el pecado. 2) Solo Dios es el libertador decisivo de esta esclavitud, y nuestra parte — la cual es real y crucial — depende de su obra. 3) Sin esta liberación del gobierno y la esclavitud del pecado — sin una nueva dirección de justicia y santidad en nuestras vidas — no heredaremos la vida eterna.

Es por esto que todo lo referente al ministerio cristiano es muy serio. Lo que hacemos aquí los Domingos en la mañana en adoración y en la escuela dominical, y lo que ustedes hacen en los grupos pequeños y lo que hacen en sus tiempos devocionales familiares y en los tiempos de enseñanza a sus hijos, y lo que hacen en sus tiempos personales de oración y meditación sobre la palabra — todas estas cosas son acciones profundamente  serias, porque ellas son el instrumento que Dios designa para el triunfo de la fe sobre el pecado. Si una persona comienza a descuidar estos preciosos medios de la gracia, nadie debería tomarlo a la ligera. Lo que está en juego es la vida eterna. Pablo le dijo a Timoteo en 1 a Timoteo 6: 12, “Pelea la buena batalla de la fe; echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado.” La batalla de la fe es echar mano de la vida eterna. No pelear por fe en contra del pecado, es soltar la vida eterna. Sin embargo quién sabe si al final usted puede encontrar que nunca la tuvo. Y si por el Espíritu usted pelea (Romanos 8:13), la tiene.

Veamos estos tres partes importantes en Romanos 6:20-22.

1. Todos, por naturaleza estamos esclavizados por el pecado.

Versículo 20: “Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres en cuanto a la justicia.” Note, que Pablo nos incluye a todos en esto. Todos éramos esclavos del pecado. No algunos de nosotros. Todos nosotros. O sea, no somos neutrales, criaturas autodeterminantes frente al pecado y la justicia, capaces de hacer nuestra soberana voluntad. Éramos esclavos del pecado desde el principio. El pecado era el amo; no nosotros. Nuestras voluntades estaban esclavizadas a los encantos del pecado. Por causa de nuestra corrupción — la distorsión de nuestros valores—vimos al pecado más atractivo que a la justicia. Pero fuimos libertados, dice Pablo, en cuanto a la justicia. O sea, el pecado no tiene más poder para dominarnos. La justicia no lucía atractiva o galardonadora. Y aun sus atractivos eran impotentes. Ese es el primer punto, y Pablo lo confirma en el versículo 22 cuando habla de ser “libertados del pecado y ser hechos siervos de Dios.”

2. Solo Dios es el libertador decisivo de esta esclavitud, y nuestra parte — la cual es real y crucial — es dependiente de su obra.

La segunda parte importante es que solo Dios es el libertador decisivo de esta esclavitud, y nuestra parte — la cual es real y crucial — depende de su obra. Usted puede ver esto en el versículo 22 cuando Pablo dice, “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios…” Note que, supremamente no nos libertamos a nosotros mismos; hemos sido “libertados.” Y supremamente no podemos nosotros mismos hacernos siervos de Dios. Esto es lo que ocurre “bajo la gracia.” Cuando Cristo es nuestra justicia por la fe, la gracia de Dios entra en nosotros poderosamente, y sobre nuestros corazones, y nos da un nuevo espíritu, y nos inclina a la palabra de Dios, y hace que veamos la belleza de Cristo y sus caminos como el tesoro de nuestras vidas.

Convertirse en un cristiano no es como estar neutral entre dos posibles esclavistas y tener el poder de una suprema autodeterminación, y luego decidir, desde fuera de cualquier esclavitud, a la cual serviremos. No hay personas neutrales. Solo hay esclavos del pecado y siervos de Dios. Convertirse en cristiano es tener al capitán soberano del acorazado de justicia para requisar el barco de injusticia; poner al capitán del barco, el pecado, en la plancha, romper las cadenas de los esclavos; y darles una vista espiritual de gracia y gloria para que ellos libremente sirvan al nuevo soberano por siempre como el gozo irresistible y el tesoro de sus corazones.

De paso, mencionaré que si las imágenes de la esclavitud le molestan — como en parte deberían — especialmente en América donde la historia de la esclavitud está enraizada en la más demandante forma de racismo, usted será animado a conocer que las imágenes molestaron a Pablo también. El versículo 18 es paralelo al versículo 22 al decir, “Y Habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de [hecho siervos de] la justicia.” Pero note como luego Pablo hace una pausa y se disculpa, en cierta forma, por lo inadecuado de las imágenes de la esclavitud. Versículo 19: “Hablo en términos humanos, por causa de la debilidad de vuestra carne.”

En otras palabras, como humanos andamos a tientas en nuestra debilidad y finitud a pesar de un lenguaje que es suficiente para las grandes, gloriosas, y complejas realidades, y tenemos que conformarnos con palabras e imágenes que son parcialmente útiles y parcialmente engañosas. Pablo conoce  muy bien que habían aspectos de la esclavitud que él no quería que atribuyéramos a nuestra relación con la justicia o con Dios, aunque él dice que somos “hechos esclavos de la justicia” (versículo 18) y “siervos de Dios” (versículo 22).

Jesús, recuerda usted, hizo la misma cosa en Juan 15:15 “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; pero os he llamado amigos, porque os he dado a conocer todo lo que he oído de mi Padre.” Así que hay algunos aspectos de la esclavitud que deberíamos aplicar a nuestra relación con Dios y algunos que no. Y hay algunos aspectos de la amistad que deberíamos aplicar y otros no. Juzgamos desde el contexto sobre que aspecto de una imagen debemos dirigir nuestra atención.

La esclavitud en Romanos 6:6, 16, 17, 18, 19, 20, 22 no implica principalmente ser forzados  a hacer algo contra nuestra voluntad. Principalmente implica que nuestras voluntades están esclavizadas. Están forzadas a pecar u obligadas a hacer la justicia porque por naturaleza vemos o bien las recompensas del pecado o la belleza de la justicia como más atractivos. Así que en ambos casos hacemos lo que más queremos hacer. (Esto es cierto, lo veremos, aunque el capítulo 7 revelará que podemos tener una voluntad dividida, haciendo a veces lo que no queremos hacer.) Pero somos obligados a hacerlo — esclavizados para hacerlo — porque  nuestros corazones están o bien corruptos o muy renovados en Cristo que vemos el pecado o la justicia como poderosos. Somos o bien esclavizados por el pecado o hechos siervos de Dios en ese sentido.

3. Sin esta liberación del gobierno y la esclavitud del pecado—sin una nueva dirección de justicia y santidad en nuestras vidas—no heredaremos la vida eterna.

Finalmente, la tercera parte importante es que la vida eterna depende de esta libertad del pecado y de esta esclavitud de Dios. Esa es la parte importante del versículo 22: “Pero ahora, habiendo sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto [literalmente,”fruto”], la santificación y como resultado la vida eterna.”

La vida eterna está en contraste con la “muerte” en el versículo 21: “¿Qué fruto [literalmente, “fruto”] teníais entonces en aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? Porque el fin de esas cosas es muerte.” En otras palabras, el resultado de vivir en la esclavitud del pecado es la muerte. Pero él dice, por contraste en el versículo 22, el resultado de ser libertados del pecado y ser hechos siervos de Dios y luego dar el fruto hacia la santificación es la vida eterna. Estos pasos no son opcionales. Este es el único camino que conduce a la vida eterna: ser libertados de la esclavitud del pecado, ser hechos siervos de Dios, dar fruto en una vida de santidad, y finalmente la vida eterna. Es por esto que la santidad y la lucha contra el pecado en este capítulo son tan serias. No estamos jugando. Está en juego la vida eterna.

En otras palabras, la vida eterna viene a la persona cuya fe en Cristo es real — que recibe a Cristo no solo como una verdad sino como un tesoro. Y la realidad de la fe se muestra a sí misma en dos maneras, no solo en una manera.

  • Se muestra real por conducir a la justificación,
  • y luego se muestra real por guiar a la santificación.
  • La justificación es nuestra justicia legal ante Dios mediante la justicia de Cristo Jesús;
  • la santificación es la fortificación práctica, progresiva de esa perfecta justicia en una vida de santidad cambiada. La fe real guía hacia ambas.
  • Por tanto la justificación es necesaria para la vida eterna como el fundamento legal o la base para ella, la cual obtenemos por la fe;
  • y la santificación es necesaria para la vida eterna como la evidencia pública de que nuestra fe es real.

El Gobierna el Mundo

Lo que escucharemos la próxima semana es que todo esto es un regalo de Dios. A cada instante somos completamente dependientes de él. Por lo cual le exhorto: no se mire a sí mismo en esta Navidad. No mire al hombre, y mire a Dios. Mire a Cristo. Mire hacia la cruz, la piedra angular de una vida de obediencia y amor. Mire hacia la resurrección. Mire hacia el gobierno de Cristo sobre todos los reyes de la tierra. Y allí podrá ver su infinito valor, ¡y recíbale como el tesoro de su vida!

El gobierna al mundo con justicia y verdad
Y hace que las naciones prueben
Las glorias de su justicia
Y las maravillas de su amor.