¿Quién es este hombre dividido? parte 2

Porque sabemos que la ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado. 15Porque lo que hago, no lo entiendo; porque no practico lo que quiero hacer, sino que lo que aborrezco, eso hago. 16Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena. 17Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 18Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. 19Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico. 20Y si lo que no quiero hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí. 21Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo la ley de que el mal está presente en mí. 22Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, 23pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. 24¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte? 25Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios, pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado.

La Ley No Justifica, Ni Santifica

El objetivo de Pablo en Romanos 7:7-25 es reafirmar la enseñanza expuesta en el libro, hasta el momento, acerca de que la Ley de Moisés, o la Ley escrita en el corazón de todos los hombres, carece de poder para declararnos o hacernos justos ante Dios. Somos pecadores por  nuestra naturaleza y por nuestras acciones. Por consiguiente, la Ley nos condena e incita a la rebelión que hay dentro de nosotros. La Ley no justifica, ni santifica.

Por tanto, Dios, en su misericordia, ha hecho que su justicia esté disponible para nosotros de otra manera, sin las obras de la Ley (3:21); específicamente, por medio de Jesucristo su Hijo. Así que, para ser declarados justos (para ser justificados) tenemos que apartarnos de nuestra obedienciaa la Ley y volvernos a la obediencia a la Ley realizada por Cristo. Tenemos que recibir a Cristo como nuestro tesoro, y ser declarados justos por nuestra unión con él, mediante la fe,  y no por alguna justicia en nosotros. Es así como somos declarados perfectamente justos ante Dios.

Luego, para llegar a ser justificados (o santificados), también debemos apartarnos del cumplimiento de la Ley, o como dice Pablo en Romanos 7:4, debemos morir a la Ley y permanecer unidos con Cristo, a fin de que podamos llevar fruto para Dios. De modo que la justificación es por fe en unión con Cristo, y la santificación es por fe en unión con Cristo. Y ambas implican apartarse de la Ley, como el medio decisivo por la cual somos justificados ante Dios y llegamos a ser como Dios.

Romanos 7:7-25 está escrito, aunque en una forma poco usual, para apoyar la enseñanza sobre la justificación y la santificación. En este texto se da respuesta a una objeción. La objeción es que toda esta enseñanza acerca de la justificación por fe y la santificación por fe, todo este discurso sobre cómo ser justos ante Dios, “aparte de la ley” (Romanos 3:21), y de llevar fruto para Dios, “muriendo a la Ley”, en verdad menoscaba la Ley y la hace pecaminosa y mortífera. Esa es la objeción.

Pablo ya se había enfrentado a esta objeción cuando dice en Romanos 3:31: “¿Anulamos entonces la ley por medio de la fe? ¡De ningún modo! Al contrario, confirmamos la ley”. Ahora en Romanos 7:7 pregunta: “¿Qué diremos entonces? ¿Es pecado la ley?”. Y en el versículo 13 pregunta: “¿Entonces lo que es bueno vino a ser causa de muerte para mí?”. Como podemos ver, Pablo está respondiendo a una objeción: «Pablo, ¿usted está diciendo que la Ley de Dios es pecaminosa y venenosa?» De ser así, entonces la doctrina de Pablo es falsa. Es por esto que Pablo defiende y apoya su doctrina de la justificación por fe, y de la santificación por fe, argumentando que la Ley es santa, justa, buena, y espiritual. La Ley carece de poder para justificar y santificar no porque sea pecaminosa y mortífera, sino porque yo soy pecador y mi pecado es mortal. Por tanto, esta objeción a su enseñanza acerca de la justificación por fe y la santificación por fe, queda deshecha. Y así permanece la gloriosa verdad del evangelio, ese es el propósito de Romanos 7.

Una Manera  Peculiar de Defender la Ley

Ahora, aquí tenemos una pregunta crucial, la cual les conducirá a una enseñanza muy práctica para sus vidas: ¿Por qué Pablo defendió la Ley y respondió a esta objeción, de una manera tan peculiar, específicamente, describiendo la experiencia de este hombre dividido en Romanos 7:14-15 (el hombre que dice en el versículo 19: “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico”)? ¿Cómo es que esta descripción prolongada, acerca de la confusión y el sentido de miseria que experimenta este hombre (versículo 24: “¡Miserable de mí!”), sirvió a sus propósitos? ¿Por qué no decir solamente, que la Ley es justa y buena, y que el pecado es el verdadero culpable? Digámoslo simplemente así.,

Para responder a esta pregunta necesito decirles cuál es mi criterio respecto a quién es este hombre dividido. Recuerden, de la semana pasada, que algunos dicen que Romanos 7:14-25 es la descripción de Pablo acerca de su propia experiencia antes de ser cristiano; y otros que es la descripción de la propia experiencia de Pablo como cristiano.

Bien, yo considero que la segunda posición es la correcta. Aquí Pablo está hablando de sí mismo como cristiano. Permítanme explicarles, inmediatamente: no quiero decir que debemos dar por sentada esta afirmación, y exponernos a una vida mundana y a una mentalidad derrotista. No debemos hacer las paces con nuestro pecado. La derrota no es la única, ni tan  siquiera, la principal experiencia de la vida cristiana, es parte de ella. Estoy de acuerdo con J. I. Packer, quien escribió un artículo sobre este pasaje hace dos años, en el cual defiende el punto de vista que estoy abordando aquí. Él dijo:

Pablo no nos está diciendo que la vida de este "hombre miserable” fuese todo lo mala que podría ser, sino que no es tan buena como debería ser, y debido a que el hombre se deleita en la Ley y desea cumplirla perfectamente, su continua incapacidad para hacerlo, lo perturba enormemente… Ese hombre “miserable” es el propio Pablo, expresando espontáneamente su angustia, por no ser mejor cristiano de lo que ya es, y todo lo que conocemos de la personalidad de Pablo se ajusta a esta suposición”.

Así que, considero que Pablo no nos está diciendo que los cristianos vivimos en una constante derrota, sino que vivimos en constante victoria sobre el pecado. Y en esos momentos, o en esas etapas en que fracasamos en el intento de triunfar sobre el pecado podemos dirigirnos a Romanos 7:14-25  que es la manera normal en que un cristiano saludable debería responder. El cristiano debería decir:

  • Yo amo la Ley de Dios. Versículo 22: “Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios”.
  • Yo aborrezco lo que acabo de hacer. Versículo 15: “lo que aborrezco, eso hago”.

¡Oh cuánta miseria siento en estos tiempos! Cuánto anhelo la liberación de este cuerpo que constantemente amenaza con matarme, y del cual tengo que avergonzarme día tras día. Versículo 24: “¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?” (ver Romanos 6:6; 8:10, 13).

Nadie debería querer vivir de esta manera. O decidirse a vivir así. Esa no es la intención. El propósito es que cuando vivamos así (en esos tiempos de fracasos), podamos dar esta respuesta cristiana. Sin mentiras. Sin hipocresías. Sin presunción. Sin alardear de perfeccionismo. Señor, líbranos de ser una iglesia de sonrisas estampadas, con superficialidad, ciegos a nuestros propios errores, y con una rapidez consecuente para juzgar a otros. Que Dios nos dé la honestidad, el candor y la humildad del apóstol Pablo.

Por tanto, este es el punto de vista que quiero defender: Romanos 7:14-25 es parte de la experiencia cristiana, no ideal, sino real.

La Ley y el Pecado que Mora en Mí

¿Y ahora qué? Bueno, ahora podemos retroceder a lo que llamé, hace un momento, una pregunta crucial: ¿Por qué Pablo prosiguió a defender la Ley de esta forma tan peculiar? Recuerde que eso es lo que él ha estado haciendo: dando respuesta a la objeción de que las doctrinas de la justificación por fe y de la santificación por fe, tratan a la Ley como pecado y como veneno ¿Por qué defendió Pablo la Ley describiendo su experiencia en una época de fallas cristianas? “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico”. (7:19) ¿Cómo es que lidiar con el cristiano imperfecto y la ley, le ayuda a defender la ley contra esta falsa acusación de que él está convirtiendo a los mandamientos en pecado y muerte?

Bien, aquí está el problema con la experiencia cristiana: Pablo acaba de decir en Romanos 7:4, que los cristianos deben morir a la Ley y aceptar a Cristo a fin de poder llevar fruto para Dios. Pero, algunos que objetan dicen: «Mira a los cristianos. Mira a la iglesia de Corinto, la de Laodicea  (Apocalipsis 3:17) y la iglesia de Bethlehem. Pablo, ¿sabe usted qué es lo que se obtiene cuando se muere a la Ley? Pues obtiene lo que dice en Romanos 7:19: “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero”. Usted dice en Romanos 3:31 que su doctrina en realidad está estableciendo la Ley. Usted dice en Romanos 8:4 que los que andan conforme al espíritu: cumplen la Ley. Pero vea la experiencia cristiana real. ¡Vea su propia experiencia! ¿Sabe cuál es su problema? Usted no ama la Ley. Y usted trata a la Ley como al problema, no como la solución».

¿Y cuál es la respuesta de Pablo a esta objeción? Bueno, antes que nada, responde confrontando el problema directamente: trata con la experiencia cristiana. Podemos ver la esencia de su respuesta en cuatro pares de declaraciones. La mitad de cada par dice que los cristianos aman la Ley y que se deleitan en la Ley, y la otra mitad dice que nuestras fallas no se deben a la falta de respeto hacia la Ley, sino al poder del pecado que mora en nosotros.

Par Nº1

  • La estima a la Ley: Romanos 7:14a, “Porque sabemos que la ley es espiritual”.
  • El reconocimiento del pecado que mora en nosotros: Romanos 7:14b, “pero yo soy carnal, vendido a la esclavitud del pecado”.

Par Nº2

  • La estima a la Ley: Romanos 7:16: “Y si lo que no quiero hacer, eso hago, estoy de acuerdo con la ley, reconociendo que es buena”.
  • El reconocimiento del pecado que mora en nosotros: Romanos 7:17: “Así que ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí (he oikousa en emoi hamarrita)”. (De aquí viene el término “pecado que habita”. Y podemos verlo de nuevo en 7:20: “Y si lo que no quiero hacer, eso hago, ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí [he oikousa en emoi hamarrita])”.

Par Nº3

  • La estima a la Ley: Romanos 7:22: “Porque en el hombre interior me deleito con la ley de Dios”.
  • El reconocimiento del pecado que mora en nosotros: Romanos 7:23: “pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros”.

Par Nº4

  • La estima a la Ley: Romanos 7:25b: “Así que yo mismo, por un lado, con la mente sirvo a la ley de Dios”.
  • El reconocimiento del pecado que mora en nosotros: Romanos 7:25c, “pero por el otro, con la carne, a la ley del pecado”.

Así que la respuesta de Pablo es que los cristianos amamos la Ley de Dios, estimamos la Ley de Dios, nos deleitamos en la Ley de Dios, estamos de acuerdo con ella, la tenemos como buena, y no la culpamos por nuestras propias fallas. En lugar de ello, los cristianos admitimos (y aquí está la enseñanza crucial y práctica con que concluiré) que en todos los cristianos existe, mientras dure esta era caída y vivamos en la tierra, la realidad del “pecado que habita en nosotros”. (7:17, 20)

En otras palabras, la Ley no causa nuestra derrota, la Ley define nuestras victorias. El pecado que mora en nosotros es el causante de nuestras derrotas. Pablo, en los capítulos 6-7, es muy celoso exhortándonos que no exageremos, ni restemos importancia a la medida de santidad posible en esta era caída, donde los cristianos somos liberados del dominio del pecado y gemimos esperando la redención completa de nuestros cuerpos (Romanos 8:23) y la liberación de la “Ley del pecado” relacionada a ellos.

Un Ejemplo Personal de la Vida de J. I. Packer

Concluiré con una ilustración personal de la vida de J. I. Packer, que muestra cuán crucial resulta que no perdamos el equilibrio en ninguno de los dos extremos y terminemos diciendo que en esta era no se necesita la santidad, o que nos es posible alcanzar la perfección (Packer enseña teología en la Regent College en Vancouver).

He escuchado a Packer, en persona, narrar esta historia, y la he leído en dos libros diferentes. En 1944 él estaba estudiando latín y griego en la Corpus Christi College, en Oxford; y tocaba en una banda de Jazz llamada Oxford Bandits. Una noche, asistió a una reunión de la Christian Union, y escuchó un sermón de un predicador relativamente desconocido, llamado Earl Langston. Packer dijo: «Las escamas cayeron de mis ojos…y vi la vía de entrada».

Pero pronto llegó la crisis. Habían bastantes doctrinas falsas en Oxford, especialmente con respecto al perfeccionismo, y a la posibilidad de una segunda experiencia de “santificación por fe”—por la que decían experimentar una crisis tras la cual no habría que luchar más contra el pecado, lo cual no es a lo que me refiero cuando utilizo el término de santificación por fe. Packer tenía una conciencia muy sensible y no podía engañarse a sí mismo. No era perfecto, y sin importar cuántas veces se reconciliara con Dios, aún no había perfección. Él dijo que  esta falsa enseñanza sobre la santificación por fe, podía fácilmente haberlo llevado al suicidio si no hubiera sido por dos grandes descubrimientos: Lo escrito por John Owen sobre el pecado que mora en nosotros (especialmente los volúmenes 6 y 7 de sus obras), y lo escrito por J. C. Ryle (especialmente su libro acerca de la Santidad). Aquí J. I. Packer aprendió el realismo bíblico del “pecado que habita en nosotros”, y de la constante lucha por la fe, y del glorioso descanso que viene cuando la justicia de Dios nos es atribuida en Cristo solo por fe.

Apenas nos hemos mojado el pie en este río de verdad. Hay mucho que decir sobre este hombre dividido de Romanos 7. Pero ruego a Dios, que use lo que hemos visto aquí, para hacer que caigan las escamas de nuestros ojos; y para que nos ayude a encontrar su camino, entre el perfeccionismo desesperanzado por un lado, y la derrota desesperanzada por el otro. Lo que caracteriza a un cristiano no es la perfección, sino la lucha por la fe, que se muestra en la manera imperfecta en que amamos el poder del Espíritu, y en la gozosa confianza de que Dios justifica al impío. Por tanto, acepte a Cristo como su  justicia y busque atesorarlo a él y a sus caminos por encima de todas las cosas.