¿La gracia todavía te asombra?

Hace años, hablé en un gran evento donde el vocalista cantó una de mis canciones favoritas, “Amazing Grace”. Pero quedé desconcertado cuando escuché la primera línea: “Asombrosa gracia, qué dulce sonido, que salvó a un alma como la mía”. La palabra miserable había sido sustituida por la palabra alma. ¿Por qué? Porque la palabra miserable es considerada por algunos humillante para los seres humanos.

No puedo evitar pensar sino en John Newton, el escritor de la canción. Era un tratante de esclavos inmoral y blasfemador: un hombre que sabía que era un miserable y que había llorado por la profundidad de sus pecados. Solo porque entendió ese hecho tan profundamente, pudo entender por qué la gracia de Dios para él era tan increíblemente asombrosa. Y, de ahí procede la canción inmortal que nos dejó por herencia a todos nosotros.

La Gracia no minimiza o ignora la penosa realidad de nuestro pecado. La Gracia enfatiza las profundidades del pecado en virtud del impensable precio pagado para redimirnos de él. Pablo dijo que si los hombres fuesen lo suficientemente buenos, “entonces Cristo murió en vano” (Gálatas 2:21). Si no nos enfrentamos a la dura realidad de nuestro propio pecado, la gracia de Dios no nos parecerá asombrosa.

Su llamado a los pecadores

La palabra de Dios nos dice que Cristo murió por personas completamente indignas (Romanos 5:7-8). El hecho que murió por nosotros nunca es dado en las Escrituras como una prueba de nuestro valor como personas maravillosas. En vez de eso, es una demostración de su incalculable e inmerecido amor. Tan incalculable que moriría por personas podridas, miserables como tú y yo, para liberarnos de nuestro pecado.

Dado que la gracia es tan incomprensible para nosotros, instintivamente nos escondemos en condiciones de modo que no parezcamos malos y la oferta de Dios no parezca tan contraintuitiva. Pero en el momento en que hayamos terminado de calificar el evangelio, dejaremos de ser indignos e impotentes. Ya no seremos miserables. Y la gracia deja de ser gracia.

Lo peor que podemos enseñarles a las personas es que son buenas sin Jesús. La verdad es que Dios no ofrece gracia a las buenas personas, así como los doctores no ofrecen cirugías para salvar su vida a personas sanas. Jesús dijo, “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:31-32, LBLA).

Nuestro Señor también dijo, “Al que tiene sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida” (Apocalipsis 21:6). Sin costo para nosotros, pero a un costo inimaginable para Él mismo: un costo que será visible por la eternidad a medida que contemplanos sus manos y pies con cicatrices de clavos (Juan 20:24-29). Bonhoeffer tenía razón: la gracia es libre, pero no es barata.

Gracia que cambia vidas

Tú y yo no estábamos simplemente enfermos en nuestros pecados; estábamos muertos en ellos (Efesios 2:1). Eso significa que no solo soy indigno de la salvación; sino completamente incapaz de ganarla. Los cadáveres no pueden salir de las tumbas por sí solos. Qué alivio darme cuenta de que mi salvación es completamente resultado de la gracia de Dios. No puede ganarse por buenas obras.

La verdadera gracia reconoce y trata con el pecado en la forma más radical y dolorosa: La redención de Cristo. Sólo hay un requisito para disfrutar de la gracia de Dios: estar quebrantado y reconocerlo. Esa es la razón por la que Jesús dijo, “Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos" (Mateo 5:3, LBLA)

Nuestra justificación por la fe en Cristo satisface las demandas de la santidad de Dios intercambiando nuestros pecados por la rectitud de Dios (Romanos 3:21-26). Cuando Jesús nos salva, nos volvemos nuevas criaturas en Él (2 Corintios 5:17). Ahora podemos echar mano del poder de Dios para vencer al mal. Comenzamos a ver el pecado por lo que realmente es: esclavitud, no libertad.

El antiguo sumario es correcto: Los hijos de Dios han sido salvados de la pena del pecado; estamos siendo salvados del poder del pecado, y seremos salvados de la presencia del pecado. Justificación, santificación, y glorificación, todas están conectadas sólidamente en exactamente el mismo lugar: La gracia de Dios.

La gracia de Dios caza al pecado

La gracia de Jesús no es una añadidura o maquillaje que mejora nuestras vidas. Causa una transformación radical: de ser esclavos del pecado a ser liberados por la rectitud. Pablo escribe del poder de la gracia, que transforma vidas y triunfa ante el pecado: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12).

Ni siquiera pienses en decirte a tí mismo que puedes pecar ya que Dios te perdonará. Esto hace barata la gracia. La gracia que trivializa el pecado no es verdadera gracia. Pablo lo aclara: “¿Qué diremos, entonces? ¿Continuaremos en pecado para que la gracia abunde? ¡De ningún modo! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:1-2).

John Piper dice, “La gracia no es simplemente compasión cuando hemos pecado. La gracia es el don de Dios que nos capacita para no pecar. La gracia es poder, no solo perdón”. Así que aunque Dios nos perdona cuando confesamos con sinceridad (1 Juan 1:9), damos muestra de esa sinceridad tomando los pasos necesarios para evitar la tentación. Como Jesús dijo, “Puedes identificarlos por su fruto, es decir, por la manera en que se comportan” (Mateo 7:16, NTV).

Ningún pecado que crucificó a Cristo es pequeño. El pecado importa, y aún así la gracia tiene poder sobre el pecado, ofreciendo no sólo perdón sino un carácter transformado (Gálatas 5:22-23). Todo pecado palidece en comparación con la gracia de Dios para nosotros en Cristo (Romanos 5-20-21).

Proclamando la oferta de gracia de Dios

Hay un sentido en el cual la gracia de Dios es incondicional: no la merecemos. Aún así, Él en su bondad nos la ofrece. Pero en otro sentido es condicional: en el hecho de que para recibirla debemos arrepentirnos, pedir perdón, y colocar nuestra fe en Él. Es una paradoja: una contradicción aparente (pero no real). Si vemos a Dios como el que hace la obra de convencernos de pecado y conducirnos al arrepentimiento, esto ayuda. No merecíamos la salvación.

Pero incluso si no entendemos esta paradoja de gracia condicional e incondicional, creo que Dios nos pide creerla y vivir en ella. Sinclair Ferguson dice, “La vida espiritual se vive entre dos polaridades: nuestro pecado y la gracia de Dios. El descubrimiento de lo anterior nos lleva a buscar lo posterior; la obra de lo posterior ilumina las profundidades de lo anterior y nos hace que busquemos aún más gracia”.

Cuando estamos plenamente conscientes de nuestros propios pecados, proclamaremos y ejemplificaremos las “buenas nuevas de gozo” (Isaías 52:7). Haremos esto, no con un espíritu de superioridad, sino con la emoción contagiosa de un pecador salvado por la gracia: una persona rescatada del hambre compartiendo abundante comida y bebida con los demás. Encararemos cada día y a cada persona que veamos con humildad, sabiendo que aún necesitamos desesperadamente la gracia de Dios: necesitamos cada pedacito tanto como aquellos a quienes la estamos ofreciendo.