Dios los sostendrá un día a la vez

A principios de año, mis brazos se rindieron completamente mientras me preparaba.

No pude ni vestirme por mi cuenta. Estaba agotada, y no eran ni las nueve de la mañana. Sufro de síndrome postpolio, y nunca estoy segura de cuándo un nuevo dolor es un percance momentáneo o un dolor que viene para quedarse. No quería seguir así. ¿Qué iba a contener este día?

Clamé al Señor y le dije que todo esto parecía totalmente injusto. Terminé diciendo: “No puedo vivir así por el resto de mi vida. ¡No puedo más!” Me sentía frustrada, molesta y abrumada todo al mismo tiempo. Me doy cuenta de que puede sonar muy poco espiritual, pero así es como me sentía. No podría imaginar vivir el resto de mi vida con esos problemas físicos.

En la tranquilidad

Después de mi lamento, estaba tranquila. Había dicho lo que quería decir. Y luego esperé. No estoy segura si estaba esperando una respuesta de Dios, pero sabía que necesitaba estar tranquila y escuchar

En el silencio, las siguientes palabras vinieron a mi mente: “No te estoy pidiendo que vivas así el resto de tu vida. Te estoy pidiendo que vivas así hoy”. Sentí como si Dios estuviera hablando conmigo.

Inmediatamente, un sentimiento inigualable de paz me inundó. Mi situación seguía igual, pero me sentí extrañamente diferente. Hoy era un periodo de tiempo en el que podía centrarme. Hoy parecía factible. Hoy era mucho menos atemorizante que “el resto de mi vida”. Enfrentar todo hoy parecía posible. Posible, eso es, con Dios.

Después de que me inundara esa sensación de alivio pensé en aquellas palabras de nuevo: “No te estoy pidiendo que vivas así el resto de tu vida. Te estoy pidiendo que vivas así hoy”. ¿Podrían haber sido las palabras de Dios para mí? ¿Eran consistentes con el carácter de Dios? ¿Qué dicen las Escrituras sobre las palabras que me vinieron?

El pan de cada día

Recordé que Jesús nos enseñó a orar: “Danos hoy el pan nuestro de cada día” (Mateo 6:11, LBLA). Dios cumplirá nuestras necesidades hoy. Su gracia está disponible para hoy. No debemos estar ansiosos por el futuro, o incluso mañana, porque cada día tiene su propio problema (Mateo 6:34).

El futuro está en manos de Dios. Mañana por la mañana puede traer gozo e incluso un milagro (Salmos 30:5), porque su misericordia es nueva cada mañana y nada es imposible con Dios (Lamentaciones 3:22–23; Lucas 1:37).

El aceite y la harina de la viuda de Sarepta estuvieron milagrosamente disponibles cuando lo necesitaron (1 Reyes 17:14–16). Después que Ezequías oró, 185.000 asirios fueron muertos por el ángel del Señor sin que Israel fuese a la batalla (2 Reyes 19:35). Gedeón derrotó el vasto ejército de los madianitas con solo 300 hombres (Jueces 7:1–25). Humanamente hablando, ninguno de ellos vieron una forma de salir de la situación. Y, a menudo, nosotros tampoco lo hacemos, pero con Dios todo es posible para aquellos que creen (Marcos 9:23).

Dios me reafirmó que no necesitaba desesperarme por el futuro, pero tampoco me estaba asegurando que mis circunstancias cambiarían si confiaba en Él. Dios me estaba llamando a fortalecerme hoy y confiar en Él mañana.

Regocíjate, ora, agradece

Pero hoy. ¿Cómo me administraré hoy? Me pregunto. Todavía el día de hoy me sigue amenazando con todas sus dificultades.

Me acordé de que la gracia de Dios es suficiente para mí, que su poder se perfecciona en mi debilidad (2 Corintios 12:9–10). Que necesitaba esperar en Él, y que Él me fortalecería y abastecería todas mis necesidades (Isaías 40:30–31; Filipenses 4:19). “Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón , y salva a los abatidos de espíritu” (Salmos 34:18). Si me acercara a Él, entonces Él se acercaría a mí (Santiago 4:8).

Y a medida que pasa mi día, necesito regocijarme en lo que Dios hace, orar sin cesar, dar gracias incluso en circunstancias difíciles, sabiendo que todo esto era la voluntad de Dios para mí (1 Tesalonisenses 5:16–18).

Respiro a respiro

Regocijarme en las pruebas duras no es fácil para mí. Tengo que centrarme deliberadamente en lo que Dios está haciendo por medio de ellas. Debo recordarme a mí misma que aunque mis pruebas parezcan pesadas e interminables, son ligeras y momentáneas en comparación con la eternidad. Y están preparando para mí un peso de gloria que está más allá de toda comparación (2 Corintios 4:17).

Cuando mis problemas parecen implacables, me fuerzan a confiar en Dios día tras día, momento a momento, respiro a respiro. El dolor, sea físico, emocional o espiritual, tiene una forma de capturar mi atención. Puedo bien sea enfocar esa atención sobre mí misma y ahogarme en la desesperación, o puedo dirigir mis pensamientos a Jesús y pedirle gracia.

Esa conversación con Dios me cambió. Veo su suficiencia y su gloria en formas que nunca hubiera visto de otra manera (2 Corintios 3:18). El sufrimiento tiene una forma única de llevarme a la presencia de Dios, contemplar su gloria, porque constantemente estoy clamando por Él.

Afligidos, no abatidos

¿Cómo terminó mi día? Sinceramente, fue duro. Mi esposo, Joel, me ayudó a vestirme. Tenía suficiente energía para conducir mi coche adaptado a la terapia de masajes, lo cual necesitaba desesperadamente. El terapeuta estaba esperando en la puerta para hacerme pasar, algo que nunca había hecho antes. Inmediatamente, vi cómo Dios estaba proveyendo.

De vuelta a casa, Joel me dio todo lo que necesitaba, pero las cosas no iban de la manera que hubiera elegido. Tenía problemas para concentrarme. Tenía un dolor intermitente. Me sentía frustrada por mi debilidad.

Todo lo que pude hacer era clamar a Dios. Y hacer lo demás. Entendí más claramente lo que significaba estar “afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; . . . derribados, pero no destruidos” (2 Corintios 4:8–9). Aunque el día fue duro, Dios garantizó que eso no me aplastaría.

Solo hoy

Mi dolor y fortaleza decaen y fluyen diariamente, así que a menudo no sé qué esperar hasta que salgo de la cama. Esta realidad también me ha afectado de forma emocional. Pero incluso cuando el día trae sufrimiento, me reconforta saber que Dios no me está pidiendo que viva con este dolor y debilidad por el resto de mi vida. Él solo me está pidiendo que viva con eso hoy. Algún día proveerá de forma más abundante de lo que pueda pedir o imaginar (Efesios 3:20). Y otros días, Él me sostendrá en la tormenta.

Pero todos los días, Dios proveerá todo lo que necesito.