Haz el cambio en la vida y en la adoración

Durante una feroz tormenta de invierno, me desperté en el medio de la noche y me di cuenta que la casa estaba sin electricidad. Di un vistazo por la ventana y todo el bloque estaba a oscuras.

Llame a la compañía de la luz, “sí señor”, respondieron, “la luz se cortó en su área y el equipo de reparación demorará unas seis horas en restaurar la electricidad”.

Me di vuelta y le informe a mi esposa “se cortó la luz”. Ella demostró su agrado por el comentario tan obvio poniendo cara de fastidio. “Dijeron que esperan solucionar el problema como en seis horas”.

Se dio vuelta y se volvió a dormir. Me levanté, caminé hasta el baño, cerré la puerta e hice algo lo cual me encuentro pensando cientos de veces.

Pulsé el interruptor de la luz.

Ahora, ¿por qué hice eso? Ya sabía que no había luz en todo el bloque y los expertos (la compañía de electricidad) me habían dicho que estaríamos sin luz por seis horas. También le dije a mi esposa que no había luz, y ahora medio dormido estaba actuando como si la casa tuviera electricidad. ¿Por qué haría eso?

Las luces están apagadas, pero todos en casa

Me pregunto si esto describe mucho de nuestra vida cristiana, si este ejemplo te resulta familiar.

Sabemos que Dios nos ama. Hemos visto su amor demostrado hacia nosotros. Los expertos nos lo han confirmado (como el Apóstol Pablo). Y hasta le hemos contado a otros del amor de Dios por nosotros y por ellos. Pero en nuestro diario vivir todavía probamos si hay luz. Vivimos en una paranoia social, desesperados por la aprobación de los demás y cuando no la obtenemos nos sentimos sin poder.

Sabemos que Dios cuidará de nosotros, hemos visto incontables ejemplos de su bondad. Hemos memorizado versículos y aconsejado a personas que estaban atravesando tiempos difíciles. Pero en nuestro diario vivir probamos si hay luz. Cuando las circunstancias de prueba llegan, vuelven la preocupación y el temor porque nos sentimos impotentes.

Otra manera de decirlo

Quizás la analogía podría ser más clara poniéndola de otra manera. Imagínate que has vivido en una cabaña toda tu vida y siempre has usado velas para andar por la casa cuando está oscuro. Un día suena el teléfono y te dicen “¡Felicitaciones! Hemos conectado su casa a la red de electricidad. Ahora usted tendrá luz”.

Imagínate comunicándole a tu esposa la buena noticia. Toda la familia conecta la computadora y miran el internet explorando la red por una hora. Pero después guardan la computadora otra vez en la caja y encienden la velas para la hora de la cena. Tienen electricidad pero actúan como si no tuvieran.

Hermanos, nosotros sabemos estas verdades. Las hemos aprendido de los expertos y las hemos compartido con otros. ¿Pero cómo podríamos llevar estas verdades más profundo? ¿Cómo podríamos tener una experiencia más grande? ¿Cómo podríamos darles más poder para que formen nuestros corazones y guíen nuestros pasos?

Siendo prácticos

Existen cientos de respuestas a estas preguntas pero déjenme sugerirles solo dos pensamientos preliminares.

Primero, no podemos alcanzar la santificación estudiando. Debemos reconocer que la mayoría de nosotros sabemos mucho más de lo que vivimos la vida cristiana. Proverbios 27:17 nos da una pista: “El hierro se pule con el hierro, y el hombre se pule en el trato con su prójimo” (RVC). Necesitamos la perspectiva en amor y la pulida cara a cara que una relación íntima de rendir cuentas nos da. Cuando andamos adormecidos necesitamos que un amigo cercano nos soliviante preguntándonos: “¿Por qué estas encendiendo las velas? ¡Recuerda que tienes electricidad!”

Segundo, no menospreciemos escuchar las verdades una y otra vez. Este fin de semana durante la alabanza en la congregación, que todas esas antiguas y familiares verdades se levanten en tu corazón y aviven tu espíritu. Que Su fortaleza te capacite para continuar “cambiando” hacia la gloriosa realidad de todo lo que Jesucristo ha hecho por ti y en ti.