Levantaré a David un Renuevo justo

En el 1051 a.C, Saúl fue hecho el primer rey de Israel. Cerca de cuarenta años después, David, el hijo más joven de Isaí (1ro de Samuel 16:11), comenzó a gobernar. David era un hombre conforme al corazón de Dios (1ro de Samuel 13:14) y hasta hoy es la personificación de un gran rey, a pesar de ser pecador. A él Dios le hizo una promesa en 2do de Samuel 7: que siembre habría un descendiente suyo en el trono, y que el trono de su reino sería establecido para siempre. El versículo 16 dice: "Tu casa y tu reino permanecerán para siempre delante de mí; tu trono será establecido para siempre”. Pero, después de la muerte de David fue muy evidente que esta promesa estaba en peligro.

El ministerio de los profetas

La desaparición del reino unido de Israel, con la muerte de Salomón el hijo de David, y la idolatría y desobediencia del reino dividido, amenazaron con provocar la ira de Dios sobre Israel en el norte y Judá en el sur. Samuel había dicho al pueblo muy claramente en la inauguración del primer rey: "Mas si perseveráis en hacer mal, vosotros y vuestro rey pereceréis" (1ro de Samuel 12:25). Así que durante siglos el pueblo vivió con esta tensión. Por un lado, tenían una promesa de que el reino de David estaría seguro por siempre. Y, por otro lado, tenían la amenaza de que si persistían en desobediencia a Dios, ellos y su rey serían barridos. Los hombres que mantuvieron esta tensión ante los ojos del pueblo durante los siguientes cuatro siglos fueron los profetas de Israel. Y su mensaje es también su última resolución.

El ministerio de los profetas, durante los años del reino dividido, es un recordatorio constante a Israel y Judá que Dios aún es dueño del mundo, aún controla la historia, aún tiene un reclamo especial sobre los hijos de Abraham, y aún espera su obediencia. El propósito principal de los profetas era llamar constantemente al pueblo de vuelta a Dios, a amar a Dios y obedecer sus mandamientos. Como incentivos a la obediencia, los profetas advirtieron que los juicios vienen sobre los infieles, y prometieron que la salvación viene sobre los fieles. El mensaje profético estaba compuesto por estos tres elementos: mandamientos a abandonar el mal y seguir a Dios en justicia; advertencias de los juicios venideros; y promesas de esperanza. Nunca debiéramos olvidar que todo lo que los profetas predijeron sobre el futuro siempre tenía el propósito de producir obediencia en el presente. Si fue cierto (semana pasada, 1ro de Samuel 12:7, 25) que Samuel contendió con el pasado por amor del presente, es también cierto (esta semana) que los profetas contendieron con el futuro por amor del presente. Si el estudio de la profecía no produce santificación, entonces está siendo mal estudiado. Si mirar hacia el futuro limita nuestra respuesta a las necesidades presentes, entonces podemos estar seguros de que no estamos mirando con los ojos de Dios.

El mensaje de Jeremías a Judá y a la casa de David

Lo que quiero hacer en esta mañana es explicarles Jeremías 21:11 al 23:8, como un ejemplo típico de la predicación de los profetas, de cómo confrontaron la maldad en sus propios días, de cómo advirtieron del juicio, y de cómo mantuvieron la esperanza. Lo que encontraremos es que la solución de la tensión entre la amenaza de aniquilación por desobediencia, por un lado, y la promesa de un reino seguro y duradero, por otro lado, se encuentra en la esperanza distante de que un "Renuevo justo" renacerá de David, reunirá a Su pueblo, y les hará nuevos para siempre (Jeremías 24:7; 31:33).

Jeremías nació en Anatot, al noreste de Jerusalén, cerca del 627 a.C. Fue llamado por Dios siendo niño para ser profeta del reino del sur, de Judá, durante sus últimos años. Proclamó la Palabra del Señor bajo los últimos cinco reyes de Judá: Josías, Joacaz (Salum), Jeconías (Conías), y Sedequías. Usted puede recordar que Josías fue un buen rey quien trató de reformar a la nación después de encontrar el viejo libro del pacto en el templo (2do de Reyes 22, 23). Pero el resto de los reyes no fueron buenos. Jeremías 21:11- 22:30, es una colección de oráculos que Jeremías habló de parte del Señor contra estos reyes. Quiero que miremos toda esta unidad, porque toda nos guía hacia la profecía del rey venidero en Jeremías 23:1-8.

Primero, en Jeremías 21:11-22:9, el profeta habla en general del rey de Judá: la casa de David (21:11, 12; 22:1). Describe lo que Dios busca y manda en un rey fiel. En Jeremías 21:12, dice: "‘Haced justicia cada mañana, y librad al despojado de manos de su opresor". Y luego empareja este mandamiento con una advertencia: "no sea que salga como fuego mi furor, y arda y no haya quien lo apague, a causa de la maldad de vuestras obras". En 22:2, 3, repite el mismo mandamiento general: “Escucha la palabra del Señor, oh rey de Judá,... ‘Practicad el derecho y la justicia, y librad al despojado de manos de su opresor. Tampoco maltratéis ni hagáis violencia al extranjero, al huérfano o a la viuda, ni derraméis sangre inocente en este lugar”. Y entonces, como incentivo, nuevamente continúan siendo suficientes las alternativas de la promesa o la amenaza. Versículo 4: "‘Porque si en verdad observáis este mandato, entonces entrarán reyes por las puertas de esta casa, y se sentarán en el lugar de David. . . ‘Pero [versículo 5] si no obedecéis estas palabras, juro por mí mismo’—declara el Señor—‘que esta casa vendrá a ser una desolación.’ ".

Así que lo que en estos primeros versículos 21:11-22:9), vemos la declaración de lo que Dios espera de quienes se sientan en el trono de David: "Ustedes y sus súbditos deben permitir que la justicia y lo correcto gobiernen todas sus acciones. Deben dedicar su tiempo y energías a quienes son oprimidos. Deben ayudar y nunca tomar ventaja de quienes son más vulnerables: los refugiados, los huérfanos, y las viudas". Esto es también para nosotros, ¿no es cierto? Si esto es lo que se supone que deben hacer los reyes en el Antiguo Testamento, ¿cuánto más nosotros quienes servimos al Rey Jesús? No importa cuál sea su vocación, usted vive para celebrar las riquezas de Dios satisfaciendo necesidades reales. El pueblo de Dios, lleno del Espíritu de Dios y siguiendo el camino de Dios, inevitablemente avanzará acercándose, y no alejándose, a las personas con las mayores necesidades. Y Jeremías no solo dice qué espera Dios de quienes se sientan en el trono de David, también repite la antigua tensión: si ustedes obedecen, los reyes continuarán sentados en el trono de David (22:4); pero si no lo hacen, entonces (a pesar de todas las promesas) esta casa vendrá a ser una desolación.

Los últimos cuatro reyes

Entonces, en el resto del capítulo 22, vemos como cada uno de los últimos reyes de Judá fracasa en seguir el camino de justicia de Dios. Primero, en los versículos 10-17, leemos sobre Salum (o Joacaz) el hijo de Josías quien gobernó por tres meses y luego fue depuesto por el faraón egipcio y llevado a Egipto donde murió. En el versículo 12, Jeremías predice su muerte en el exilio, y en los versículos 13-17, da las razones por las que Dios trajo juicio sobre él. Versículo 13: "Ay del que edifica su casa sin justicia y sus aposentos altos sin derecho, que a su prójimo hace trabajar de balde y no le da su salario". Jeremías señala a su padre, Josías (versículos 15, 16): "¿No comió y bebió tu padre y practicó el derecho y la justicia? Por eso le fue bien. Juzgó la causa del pobre y del necesitado; entonces le fue bien. ¿No es esto conocerme? —declara el Señor”. Pero Salum solo tenía ojos para la ganancia, no para dar. Y así nada tenía que ver con el trono de David.

Entonces, en los versículos 18-23, llega una palabra sobre Joacim, otro hijo de Josías, quien gobernó durante 11 años en Jerusalén, hasta que murió en una revuelta en el 548 a.C. Jeremías predice (en el versículo 19) que moriría y sería echado fuera de las puertas de Jerusalén. Da su razón en el versículo 21: "Te hablé en tu prosperidad, pero dijiste: “No escucharé.” Esta ha sido tu costumbre desde tu juventud, que nunca has escuchado mi voz”. Joacím fue un hombre rebelde y desobediente, no solo a sus señores humanos en Babilonia, sino a la palabra profética de Dios. Y nada tenía que ver con el trono de David.

Entonces, en los versículos 24-30, Jeremías describe el juicio de Conías (o Jeconías) hijo de Joacím. Fue rey a los 18, pero se rindió a Nabucodonosor en tres meses, y fue llevado al exilio para nunca regresar. 2do de Reyes 24:9 dice: "E hizo lo malo ante los ojos del Señor, conforme a todo lo que había hecho su padre". Jeremías clama en 22:28: "¿Por qué han sido arrojados él y sus descendientes y echados a una tierra que no conocían? ¡Oh tierra, tierra, tierra!, oye la palabra del Señor". Conías no escuchó la palabra del Señor y por ello cae la decisión divina (en el versículo 30): "ninguno de sus descendientes logrará sentarse sobre el trono de David ni gobernar de nuevo en Judá".

El siguiente y último rey (a quien Jeremías no menciona), fue Sedequías, un tío de Conías. Reinó durante 11 años, hasta el 586 a.C., cuando los babilonios capturaron Jerusalén, asesinaron a sus hijos, le sacaron los ojos, y le llevaron cautivo a Babilonia, junto al resto del pueblo. Ése fue el fin de la monarquía judía sobre la tierra. Los reyes fueron destruidos, y el pueblo fue exiliado de la tierra. Samuel había dicho: "Mas si perseveráis en hacer mal, vosotros y vuestro rey pereceréis" (1ro de Samuel 12:25). Así que parecía que la amenaza profética tendría la última palabra.

De la amenaza a la promesa

Pero la última palabra concerniente a la casa de David es dada en Jeremías 23:1-8. Y no deja de ser una amenaza, pero va más allá de todas las amenazas para reafirmar la palabra a David concerniente a la permanencia de su reino. A pesar de todo juicio, se cumplirá la promesa. En los versículos 1 y 2, Dios reúne todos los males de Salum, Joacín, y Conías, a quienes llama "pastores" de su pueblo, y dice: "¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mis prados! —declara el Señor. . . no os habéis ocupado de ellas; he aquí, yo me ocuparé de vosotros por la maldad de vuestras obras—declara el Señor". Pero todo el juicio de destrucción y exilio y dispersión aún no frustra la promesa. Los versículos 3-8 continúan asegurando la esperanza de que el remanente del rebaño sería reunido nuevamente, y de que Dios pondría un nuevo rey, justo, sobre el trono de David. La promesa tiene dos mitades: una es la nueva reunión del Israel disperso para morar en seguridad y justicia en su propia tierra (versículos 3-4; 7-8); la otra es el entronamiento de un rey en el linaje de David, quien ejecutará justicia y salvará a su pueblo. Miremos estas dos promesas, una a la vez, y tratemos de entender cómo es que están siendo cumplidas. Primero, la promesa de la reunión en los versículos 3 y 4:

Yo mismo reuniré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las he echado, y las haré volver a sus pastos; y crecerán y se multiplicarán. Pondré sobre ellas pastores que las apacentarán, y nunca más tendrán temor, ni se aterrarán, ni faltará ninguna—declara el Señor.

Entonces, saltando hasta los versículos 7 y 8, se repite la promesa:

Por tanto, he aquí, vienen días—declara el Señor—cuando no dirán más: “Vive el Señor, que hizo subir a los hijos de Israel de la tierra de Egipto”, sino: “Vive el Señor que hizo subir y trajo a los descendientes de la casa de Israel de la tierra del norte y de todas las tierras adonde los había echado”; y habitarán en su propio suelo.

Esperando todavía el cumplimiento final

Después de 70 años, muchos de los exiliados llevados a Babilonia regresaron a Judá y reconstruyeron a Jerusalén. Pero este regreso no puede ser el cumplimiento final de lo que Jeremías promete aquí. Por dos razones: una es que la escena que representa Jeremías es la de una maravillosa era de libertad del temor y el terror (versículo 4). Pero Israel aún estaba bajo señores extranjeros luego del exilio, y nunca ha conocido una seguridad real desde entonces. La otra razón es que (según el versículo 8), Jeremías predice que la nueva reunión de Israel sería desde todos las tierras a donde Dios les había echado, no solo de Babilonia. La comparación con el éxodo de Egipto en el versículo 7 muestra que probablemente son incluidas todas las tribus de Israel en el regreso, no solo las dos tribus del sur de Judá y Benjamín, quienes fueron en cautiverio hacia Babilonia en el 586 a.C. El versículo 6 hace que esta sea la interpretación más probable: "será salvo Judá, e Israel morará seguro”. Es decir, tanto las tribus del norte (llamadas Israel) como las tribus del sur (llamadas Judá), serán nuevamente reunidas en la tierra.

Nada ha ocurrido, desde que Jeremías habló esas palabras, que pueda ser llamado su cumplimiento final. El retorno después del exilio babilónico fue un cumplimiento parcial; y el establecimiento del Israel moderno y el retorno de muchos judíos a esa tierra todavía es, creo, un cumplimiento parcial.

Digo que son solo un cumplimiento parcial de la profecía porque no todos los judíos han regresado a Palestina. No pienso que la profecía requiera que cada judío individual resida en las fronteras de Israel. Lo que se requiere es que haya un pueblo reunido, y que todo el que quiera regresar al Señor y a la tierra, pueda hacerlo. Ninguno faltará (versículo 4). Digo que el cumplimiento de la fecha es incompleto porque: Si fuéramos a decir a Jeremías: "Tu profecía se está cumpliendo. Se ha creado una nación para Israel. El pueblo está regresando de todas las tierras, tal como dijiste. Moran en prosperidad y no han sido aplastados por sus enemigos", él diría: "Sí, sí, ¿y el rey, el Renuevo justo, el Hijo de David? ¿Qué hay de él?" Y tendríamos que decir: "Bueno la mayoría de ellos no creen en Él. Los liberales tienen una idea algo desmitologizada del Mesías que se ha convertido en una ética de amor, y otros le rechazaron cuando vino y aún esperan por otro". ¿Sabe lo que diría Jeremías? Diría, ¿quieres decir que regresaron sin su rey? ¿Ellos presumen de vivir en prosperidad y disfrutar seguridad sin el Cristo? ¿Están buscando vindicarse a sí mismos? ¿Mantienen su propia justicia? ¿Viven en la tierra en rebelión contra el Renuevo justo, el Hijo de David, el rey de Israel? ¿Dices que eso es el cumplimiento de mi profecía? ¡Es blasfemia! ¡Es idolatría! ¡Así fue como empezamos!"

Y tendría razón. El sionismo sin Cristo es idolatría. El intento de Israel de cumplir la primera parte de la profecía de Jeremías, sin la sumisión a la segunda mitad, es insurrección contra el rey. Los versículos 5 y 6 dan la segunda mitad:

He aquí, vienen días—declara el Señor— en que levantaré a David un Renuevo justo; y El reinará como rey, actuará sabiamente, y practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel morará seguro; y este es su nombre por el cual será llamado: “El Señor, justicia nuestra.”

Y este Rey no es otro que Jesucristo, incluso según lo reconocieron muchos judíos devotos de hace 2000 años. Como Zacarías, quien dijo en el nacimiento de Jesús: "Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque nos ha visitado y ha efectuado redención para su pueblo, y nos ha levantado un cuerno de salvación en la casa de David su siervo, tal como lo anunció por boca de sus santos profetas desde los tiempos antiguos”.

Jeremías dijo que Su nombre sería "“El Señor, justicia nuestra” (versículo 6). Esto significa, pienso, que solo Dios puede salvar o vindicar o justificar a Su pueblo pecador, y lo hará mediante Su rey. “El Señor, justicia nuestra.” Pero este es el nombre del Mesías. Por tanto, el pueblo de Dios debe buscar su justicia, su vindicación, su esperanza en el Señor, y debe buscarla mediante el Mesías-Rey.

Rechazar al Rey es rechazar toda esperanza de justicia ante Dios. ¿No es cierto lo que dijo Pablo hace 2000 años (Romanos 10:2-4)?:

Tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree.

El sionismo sin Cristo es un intento masivo de auto-justificación mediante las obras de la ley. Es insubordinación contra el Señor y Su justicia, y es insurrección contra el Hijo de David. Por tanto, incluso quienes vemos en este desarrollo histórico un posible paso hacia el cumplimiento de la profecía de Jeremías, incluso nosotros lloramos con Jeremías y Pablo porque Israel sin Cristo está perdida para siempre (Romanos 9:3; 10:1; 11:14).

La Palabra de Dios no ha fallado

Pero no es que la palabra de Dios haya fallado. Porque millones de personas, judías y gentiles, se han sometido a la justicia de Dios. Millones han dejado de tratar de establecer su propia justicia y han puesto su esperanza y confianza en el Rey de reyes cuyo nombre es "El Señor es nuestra justicia". Y no solo es sino (y está es la resolución suprema), llegará el día en que Dios traerá a "todo Israel" (Romanos 11:26) a la familia de los redimidos. Los renuevos rotos serán injertados en el Renuevo justo de David (Romanos 11:24). Esto no significa que cada judío que haya vivido alguna vez será salvo, más bien, en el futuro, el pueblo como un todo se volverá dramáticamente a su Mesías, Jesucristo el crucificado. Zacarías 12:10 lo describe de este modo:

Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén, el Espíritu de gracia y de súplica, y me mirarán a mí, a quien han traspasado. Y se lamentarán por El, como quien se lamenta por un hijo único, y llorarán por El, como se llora por un primogénito. (Vea Romanos 11:26-27).

La palabra de esperanza de Jeremías no ha fallado. Ha llegado el Rey, ha muerto por los pecados, ha resucitado de nuevo, y ahora está derramando un Espíritu de compasión y oración sobre el mundo. Todo el que sea movido por el Espíritu a abandonar la auto-justificación y a clamar a Cristo en busca de justicia será salvo. Y un día ése Espíritu será derramado sobre Israel y creará una nación cristiana (Isaías 66:8). La brisa ya está soplando. Digamos con Pablo: "El deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es para su salvación" (Romanos 10:1). A pesar de todo, ¡ven, Señor Jesús!