Nuestro Sumo Sacerdote es el Hijo de Dios hecho perfecto para siempre

Porque convenía que tuviéramos tal sumo sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos, que no necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, cuando se ofreció a sí mismo. Porque la ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles, pero la palabra del juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo, hecho perfecto para siempre. Jesús, sumo sacerdote del santuario celestialAhora bien, el punto principal de lo que se ha dicho es éste: tenemos tal sumo sacerdote, el cual se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, que el Señor erigió, no el hombre. Porque todo sumo sacerdote está constituido para presentar ofrendas y sacrificios, por lo cual es necesario que éste también tenga algo que ofrecer. Así que si El estuviera sobre la tierra, ni siquiera sería sacerdote, habiendo sacerdotes que presentan las ofrendas según la ley; los cuales sirven a lo que es copia y sombra de las cosas celestiales, tal como Moisés fue advertido por Dios cuando estaba a punto de erigir el tabernáculo; pues, dice El: Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que te fue mostrado en el monte.

Esas últimas palabras en Hebreos 8:5 ("Mira, haz todas las cosas conforme al modelo que te fue mostrado en el monte"), son una cita de Éxodo 25:40. Dios está hablando a Moisés, y la idea que el escritor transmite es que los muebles y acciones del tabernáculo del Antiguo Testamento, eran copias y sombras (note esas dos palabras en el versículo 5a: "los cuales sirven a lo que es copia y sombra de las cosas celestiales"), símbolos y señalizadores hacia la realidad celestial. Cuando Dios dio a Moisés un modelo para el sistema sacerdotal de sacrificios, no lo inventó en ese momento para el pueblo judío, lo modeló según la gloriosa realidad del cielo. Cuando meditamos en el sacerdocio de Israel, echamos una mirada a Dios y a Sus caminos.

Y el mensaje del libro de Hebreos es que Jesucristo, el Hijo de Dios, no vino solo a encajar en el sistema terrenal del ministerio sacerdotal como el mejor y supremo sacerdote humano, sino que vino a cumplir y dar fin a ese sistema, y a orientar toda nuestra atención hacia Sí mismo, ministrando para nosotros en el cielo. El Tabernáculo del Antiguo Testamento, y los sacerdotes, y los sacrificios, eran sombras. Ahora ha llegado la realidad y han pasado las sombras.

Niños, supongan que ustedes y sus madres se separan en la tienda de dulces, y comienzan a asustarse y a entrar en pánico, y no saben hacia dónde ir, y corren hacia el fondo de un pasillo, y justo antes de comenzar a llorar, ven una sombra sobre el suelo, al final del pasillo, que luce como la de mamá. Les hace sentir muy felices, y sienten esperanzas. ¿Pero qué es mejor? ¿¡La felicidad de ver la sombra, o tener a mamá justo al otro lado de la esquina y que sea realmente ella!?

Así es cuando Jesús viene a ser nuestro Sumo Sacerdote. Éso es la navidad. La navidad es el reemplazo de las sombras con la realidad.

Vea Hebreos 8:1-2. Esta es una especie de declaración resumen.

Jesús, sumo sacerdote del santuario celestial ahora bien, el punto principal de lo que se ha dicho es éste: tenemos tal sumo sacerdote, el cual se ha sentado a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, que el Señor erigió, no el hombre.

La idea (la idea central) es que el sacerdote que va a mediar entre nosotros y Dios, y que nos justifica ante Dios, y ora por nosotros ante Dios, no es un sacerdote débil, pecador, moribundo, como los de los días del Antiguo Testamento. Él es el Hijo de Dios, fuerte, sin pecado, y con una vida indestructible. No solo eso, él no está ministrando en un tabernáculo terrenal con todas sus limitaciones de lugar y tamaño, que se desgasta y está siendo comido por la polilla y mojado y quemado y desgarrado y robado. No, el versículo 2 dice que Cristo está ministrando para nosotros en el "tabernáculo verdadero, que el Señor erigió, no el hombre”. Este es el verdadero, en el cielo. Este es el que arrojó una sombra en el monte Sinaí, la que Moisés copió.

Según el versículo 1, otra gran verdad sobre la realidad, que es mayor que la sombra, es que nuestro Sumo Sacerdote está sentado a la diestra de la Majestad en los cielos. Ningún sacerdote del Antiguo Testamento pudo decir eso alguna vez. Jesús lidia directamente con Dios el Padre. Él tiene un lugar de honor junto a Dios. Él es infinitamente amado y respetado por Dios. Él está constantemente con Dios. Esta no es la sombra de una realidad como las cortinas y vasijas y mesas y candelabros y túnicas y borlas y ovejas y chivos y palomas. Esta es la realidad final, suprema. Dios y Su Hijo están interactuando en amor y santidad para nuestra eterna salvación. La realidad suprema es las Personas de la divinidad en sus relaciones interpersonales, lidiando una con la otra en lo concerniente a cómo Su majestad y santidad y amor y justicia y bondad y verdad se manifestarán en su pueblo redimido.

Ahora, añada a esto los últimos versículos del capítulo 7. El escritor quiere que nos maravillemos por la superioridad del sacerdocio de Jesús con relación al sacerdocio del Antiguo Testamento, que Él vino a reemplazar. Note cinco aspectos en que es superior.

Cinco aspectos en que el sacerdocio de Jesús es superior

Primero, Jesús no tiene pecado. Versículo 26: Tenemos un Sumo Sacerdote que es: "santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y exaltado más allá de los cielos". Ningún otro sacerdote pudo decir eso alguna vez. Todos eran pecadores, como usted y yo, pero no Jesús. Él fue tentado, pero nunca se doblegó al punto de pecar.

Segundo, como era sin pecado, no tenía que ofrecer sacrificios por Sí mismo, sino que pudo ofrecerse a Sí mismo como sacrificio. Versículo 27: "[Él] no necesita, como aquellos sumos sacerdotes, ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados y después por los pecados del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, cuando se ofreció a sí mismo”.

Así que Él fue radicalmente diferente a los sacerdotes anteriores. Ellos tenían sus propios pecados con los que tenían que lidiar antes, y entonces nunca, en un millón de años, podían contemplar la idea de que podrían ser el sacrificio por los pecados de otros. Pero Jesús lo retó todo: Él no necesitaba sacrificio por Sí mismo, sino que Él mismo se volvió un sacrificio.

Lo que nos lleva al tercer aspecto en el que su sacerdocio es superior: Su sacrificio de Sí mismo fue "una vez para siempre". Usted lo puede ver al final del versículo 27: "esto lo hizo una vez para siempre, cuando se ofreció a sí mismo”. Esta es una gran palabra (ephapax) "una vez para siempre". Tiene el efecto de hacer que Jesús sea el centro de la historia. Cada obra de la gracia de Dios en la historia, antes del sacrificio de Cristo, señalaba hacia la muerte de Cristo como su fundamento. Y cada obra de la gracia de Dios después del sacrificio de Cristo recuerda la muerte de Cristo como su fundamento. Cristo es el centro de la historia de la gracia. No hay gracia sin Él. La gracia fue planeada desde la eternidad, pero no sin que Jesús fuera el centro, y Su muerte su fundamento. Pablo dice en 2da a Timoteo 1: 9 que la gracia de Dios ". . . nos fue dada en Cristo Jesús desde la eternidad".

El cuarto aspecto de la superioridad del sacerdocio de Cristo por encima de todos los otros sacerdotes es que fueron elegidos por la Ley en su debilidad, pero Él fue elegido por juramento divino como el Hijo perfecto. Versículo 28: "Porque la ley designa como sumos sacerdotes a hombres débiles, pero la palabra del juramento, que vino después de la ley, designa al Hijo”. El juramento al que se refiere es el juramento que aparece en el Salmo 110:4: "El Señor ha jurado y no se retractará: "Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec". El juramento viene después de la ley y, de hecho, ya en el Antiguo Testamento señala el fin de la ley como un sistema ritual.

El juramento es dicho al Mesías. En el Salmo 110:1, David dice: "Dice el Señor a mi Señor [Mesías]: Siéntate a mi diestra”. Así que el último Sumo Sacerdote es el Mesías, el hijo de Dios, en la orden de Melquisedec, no Leví o Aaron, y es instalado por un juramento, no por la ley que está dejando de ser.

La quinta característica de la superioridad de Cristo sobre todos los demás sacerdotes es que Su ministerio es para siempre. Al final del versículo 28: El juramento "designa al Hijo, hecho perfecto para siempre". Jesús nunca muere. Nunca tiene que ser reemplazado. Tiene una vida indestructible. Sobrevivirá a todos sus adversarios. Estará ahí para nosotros mucho después de que mueran todos aquellos de quienes dependemos. Algunas veces los niños se preocupan de que mamá o papá no vivan para cuidarles. Y algunas veces los padres nos preocupamos por no estar vivos para cuidar a nuestros hijos (especialmente cuando adoptamos una bebé a la edad de 50). Pero es por eso que esta verdad es tan preciosa. El sacerdocio de Jesús, de Aquel que ora por nosotros (como vimos la semana pasada), y de Aquel que tiene simpatía por nosotros (como vimos en Hebreos 4:15), ha sido hecho perfecto para siempre. No por una década, o un siglo, o un milenio. Sino para siempre. Hacia allá miramos cuando pensamos en cuán inciertas son nuestras vidas.

La gran declaración cumbre de este texto, al final del capítulo 7 y comienzo del capítulo 8, es que tenemos un gran Sumo Sacerdote, Jesucristo, quien vino al mundo como el Hijo de Dios, vivió una vida sin pecado, se ofreció a Sí mismo como un sacrificio perfecto por los pecados de Su pueblo, resucitó hacia la vida eterna a la diestra de la majestad de Dios, y allí nos ama y ora por nosotros y nos mantiene cerca de Dios mediante de Sí mismo. Él no vino para acoplarse al antiguo sistema de sacrificios sacerdotales. Él vino a cumplirlo y darle fin.

Él es la realidad; ellos eran la sombra y la copia de la realidad. Cuando viene la realidad, las sombras pasan.

Ahora, permítanme bosquejar algunas implicaciones que esto tiene para la vida de adoración. El Sumo Sacerdocio de Jesús, la venida de la realidad en lugar de la sombra, cumple y da fin al centro físico de la adoración del Antiguo Testamento: al tabernáculo y templo. Cumple y da fin al sacerdocio oficial. Cumple y da fin a las ofrendas y sacrificios. Cumple y da fin a las leyes sobre las dietas. Cumple y da fin a las vestiduras sacerdotales. Cumple y da fin a los actos de temporada de expiación y reconciliación.

Esto significa, en esencia, que toda la vida de adoración del Antiguo Testamento se ha reenfocado radicalmente en Jesús, y se ha convertido, radicalmente, en algo espiritual, oponiéndose a algo terrenal. Lo externo es aun importante, pero ahora lo espiritual es tan penetrante que casi toda la vida externa, no solo la vida de la iglesia, es la expresión de la adoración. "Que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional" (Romanos 12:1) Esto se refiere a todo el tiempo y en todas partes. "Entonces, ya sea que comáis, que bebáis, o que hagáis cualquiera otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1ra a los Corintios 10:31), todo el tiempo, en todas partes. Del dinero que los Filipenses enviaron a Pablo (en 4:18), él dijo que era un "fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios".

En el Nuevo Testamento, todo el enfoque está en la realidad de la gloria de Cristo, no en la sombra y copia de los objetos y formas religiosas. Es sorprendente ver cuán diferente es el Nuevo Testamento en esas cosas: en el Nuevo Testamento no hay autorización para edificios de adoración, o vestiduras de adoración, o tiempos de adoración, o música de adoración, o una liturgia de adoración o un tamaño o sobre sermones de treinta y cinco minutos, o poemas de Adviento, o coros, o instrumentos, o velas. De hecho, el acto de unirnos como cristianos en el Nuevo Testamento para cantar u orar o escuchar la Palabra de Dios nunca es llamado adoración. Me pregunto si no distorsionamos el significado bíblico de "adoración" usando la palabra casi completamente para un evento que el Nuevo Testamento nunca llama así.

Pero todo esto nos hace muy libres, y quizás muy temerosos. Libres para encontrar un tiempo y lugar y vestimenta y música y elementos y objetos que nos ayuden a orientarnos radicalmente hacia la supremacía de Dios en Cristo. Y temerosos, quizás, porque casi cada tradición de adoración que tenemos está más culturalmente moldeada que bíblicamente ordenada. El mandamiento es una relación de amor y confianza y obediencia a Jesucristo en todas las áreas de la vida.

Hay una razón para esta espiritualidad radical en la adoración del Nuevo Testamento. Y esta es la razón. El Nuevo Testamento es un documento misionero. El mensaje de este libro tiene el propósito de ser llevado a cada pueblo sobre la tierra y de ser encarnado en cada cultura del mundo. Y es por esto que nuestro Sumo Sacerdote vino y dio fin al tabernáculo, y a los sacrificios, y a las fiestas, y a las vestiduras, y a las leyes sobre las dietas, y a la circuncisión, y al sacerdocio. El Antiguo Testamento era una religión principalmente de ven y ve. El Nuevo Testamento es principalmente una religión de ve y di. Y para hacerlo posible, el Hijo de Dios no ha abolido la adoración, pero la convirtió en un tipo de compromiso espiritual con Dios en Cristo que puede y debe ocurrir en cualquier cultura sobre la Tierra. La adoración no es trivializada en el Nuevo Testamento, sino intensificada, profundizada, y convertida en el combustible radical y en la meta de todas las misiones.

La libertad temerosa de la adoración en el Nuevo Testamento es un mandamiento misionero. No debemos bloquear el tesoro de este evangelio en ninguna camisa de fuerza cultural. Más bien debemos encontrar el lugar, el tiempo, la vestimenta, las formas, la música que alienten y lleven una pasión por la supremacía de Dios en todas las cosas. Y oro porque nuestra comunión con el Dios vivo sea tan real y el Espíritu de Dios tan poderosamente presente, que la esencia de lo que hacemos se convierta en el gozo de todos los pueblos que estamos llamados a alcanzar.