El deleite de Dios en su Hijo

Este es mi Hijo amado en quien me he complacido.

Introducción

Iniciamos una nueva serie de mensajes esta mañana que, Dios mediante, nos llevarán hasta el domingo 19 de abril, el día de la Pascua. Entonces, quiero empezar explicando cómo he sido inducido a desarrollar esta serie.

El ver es el ser transformado

Cuando se trata de entender qué debe pasar en el acto de predicar me guío por varios textos bíblicos, especialmente 2 Corintios 3:18.

Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.

Creo que este texto nos enseña que una de las maneras en que somos progresivamente cambiados a semejanza de Cristo es al ver su gloria. “Nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen.” La forma de asemejarse más y más al Señor es fijando tu mirada en Su gloria y mantenerlo a la vista.

Tarareamos la música que escuchamos. Hablamos con el acento de nuestros alrededores. Agarramos las cortesías de nuestros padres y naturalmente tendemos a imitar a las personas que más admiramos. Así es con Dios. Si dirigimos nuestra atención hacia Él y abrazamos su gloria en nuestra vista, seremos transformados de gloria en gloria a su imagen. Si los adolescentes tienden a arreglar su cabello como las estrellas que admiran, así los cristianos tenderán a arreglar su carácter como el Dios que admiran. En esta transacción espiritual el ver no es sólo creer; el ver es el ser transformado.

Predicando como el retrato de la gloria de Dios

La lección que aprendí de esta predicación es que una gran extensión de la predicación debe ser el retrato de la gloria de Dios, porque la meta de predicar es cambiar a las personas a imagen de Dios. Creo que esto encaja con el punto de vista de Pablo de predicar porque solo cuatro versos después, en 2 Corintios 4:4, describe el contenido de sus predicaciones como “el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios.” Y dos versos después en el verso 6 él lo describe sólo un poco diferente como “la iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo”.

Entonces, de acuerdo con Pablo, predicar es una forma de transmitir luz al corazón oscurecido del hombre y la mujer.

En el verso 4 la luz es llamada “resplandor del evangelio”, y en el verso 6 la luz es llamada “iluminación del conocimiento”.

En el verso 4 el evangelio es el evangelio de la gloria de Cristo y en el verso 6 el conocimiento es el conocimiento de la gloria de Dios. Entonces en ambos versos la luz que se transmite al corazón es la luz de la gloria, la gloria de Cristo y la gloria de Dios.

Pero estas no son en realidad dos glorias diferentes. En el verso 4, Pablo dice “esta es la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios” y en el verso 6 dice que la gloria de Dios está en la faz de Cristo. Entonces la luz transmitida por la predicación es una luz de gloria, y tú puedes hablar de esta gloria como la gloria de Cristo que es la imagen de Dios o la gloria de Dios perfectamente reflejada en Cristo.

La predicación es el retrato o manifestación o exhibición de la gloria divina a los corazones de los hombres y mujeres (esto es 4:4-6), para que al contemplar esta gloria ellos puedan ser transformados a semejanza del Señor de un grado de gloria a otra (esto es 3:18).

Conocido como verdad por experiencia

Esta no es una construcción artificial o simplemente intelectual, es precisamente lo que sé que es verdad por mi propia experiencia (¡como muchos de ustedes!): ver a Dios por quien es de verdad ha probado una y otra vez ser la fuerza más poderosa e irresistible para motivar mi búsqueda por la santidad y gozo en Él.

Tú y yo sabemos por experiencia que la raíz del conflicto en el alma humana es entre dos glorias: la gloria del mundo y todos los breves placeres que pude ofrecer, contra la gloria de Dios y todos los placeres eternos que puede ofrecer. Estas dos glorias compiten por lealtad, admiración y gozo de nuestros corazones y el papel de predicar es manifestar y representar y describir y exhibir la gloria de Dios de tal manera que su excelencia superior y valor brillen en tu corazón para que seas transformado de gloria en gloria.

El reto que enfrenta el predicador

Esto significa que como predicador estoy constantemente confrontando con la pregunta ¿Cómo puedo describir la gloria de Dios para que el mayor número de personas la vean y puedan ser transformados por ella? En tanto me hice esa pregunta en el retiro hace dos semanas, una nueva respuesta vino a mi mente.

Estaba leyendo otra vez una parte de “The Life of God in the Soul of Man” (La vida de Dios en el alma del Hombre, de Henry Scougal) en donde hace un profundo comentario: “El valor y la excelencia de un alma se mide por el objeto de su amor” (Pág. 62). Esto me descubrió una verdad absoluta y entonces me vino el pensamiento de que si esto es cierto para el hombre, tal y como Scougal intenta decir, entonces es también cierto para Dios: “El valor y la excelencia del alma de Dios se mide por el objeto de su amor”.

Así que busqué en las Escrituras por varios días tratando de encontrar aquellos pasajes que nos hablaran acerca de qué es lo que Dios ama y lo que disfruta y en qué se complace y regocija. El resultado es un plan de 13 mensajes titulados Los deleites de Dios.

Oro y espero que ustedes lo hagan su oración, que al ver los objetos del placer de Dios, veremos la excelencia y el valor de Su alma; y viendo la excelencia y el valor de Su alma también veremos Su gloria; y si vemos Su gloria seremos transformados de gloria en gloria hacia Su imagen; y mientras somos transformados hacia Su imagen, confrontaremos esta ciudad y a la gente inalcanzable de este mundo, como testigos vivientes de la grandeza e irresistible atracción del Salvador. El Señor se complazca en enviarnos una gran vivificación de amor, santidad y poder, mientras miramos hacia Él y oramos seriamente las próximas 13 semanas.

Exposición

Para retratar el valor del alma de Dios en el objeto de Su amor debemos empezar por el principio. Lo primero y fundamental que podemos decir respecto al placer de Dios es que Él se complace en su Hijo. Trataré de desplegar esta verdad en cinco afirmaciones:

1. Dios se complace en su Hijo.

En Mateo 17 Jesús toma a Pedro, Santiago y Juan y los lleva a la cima de la montaña. Cuando están solos algo realmente asombroso sucede. Repentinamente, Dios  le da a Jesús una apariencia de gloria. Versículo 2 “Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.” Después en el versículo 5 una nube brillante los envolvió y de la nube salió una voz que dijo: “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido; a El oíd.”

Primero, Dios les permite a los discípulos vislumbrar la verdadera gloria celestial de Jesús: Esto es lo que Pedro dice en 2 Pedro 1:17 “[Cristo] recibió honor y gloria de Dios Padre”. Entonces Dios revela su amor por Su Hijo y dice dos cosas: “Amo a mi Hijo” (“Este es mi Hijo Amado”), y “Me complazco en mi Hijo” (“En quien me he complacido”).

Él dice esto en otra ocasión: en el bautizo de Jesús, cuando el Espíritu Santo baja y anuncia el ministerio de Jesús, especificando el amor y apoyo del Padre – “Este es mi Hijo amado en quien me he complacido”.

Y en el evangelio de Juan, Jesús habla varias veces del amor del Padre hacia Él: por ejemplo Juan 3:35 “El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano.” Juan 5:20 "Pues el Padre ama al Hijo, y le muestra todo lo que El mismo hace…”

(Ver también Mateo 12:18 donde Mateo cita Isaías 42:1 en referencia a Jesús: “He aquí mi Siervo, a quien yo sostengo, mi escogido, en quien mi alma se complace.” En hebreo la palabra “se complace” es ratsah, que significa “se deleita.”)

Entonces la primera afirmación es que Dios Padre ama a su Hijo, no con una misericordia sacrificial y abnegada, sino con un amor de deleite y complacencia. Él se place en Su Hijo. ¡Su alma se deleita en su Hijo! Cuando mira al Hijo, Él disfruta, admira, valora, aprecia y estima lo que ve.

2. El Hijo de Dios posee toda la deidad.

Esta verdad nos librará de cometer un error con respecto a la primera. Talvez estés de acuerdo con la afirmación de que Dios se complace en Su Hijo, pero puedes cometer el error de pensar que el Hijo es simplemente un hombre santo y extraordinario que el Padre adoptó como hijo porque se deleitaba mucho en él.

Pero Colosenses 2:9 nos da un ángulo muy diferente de las cosas: “Porque toda la plenitud de la Deidad reside corporalmente en El.” El Hijo de Dios no es simplemente un hombre elegido. Él tiene toda la plenitud de la Deidad en él.

Además, Colosenses 1:19 relaciona esto con el placer de Dios: “Porque agradó al Padre que en El habitara toda la plenitud [de la Deidad]”. En otras palabras, fue el placer de Dios hacer esto. Dios no buscó por el mundo hasta encontrar un hombre que calificara para su deleite y después lo adoptó como hijo, sino que Dios mismo tomó la iniciativa de conferir su propia plenitud a un hombre en el acto de la encarnación. O podríamos decir que tomó la iniciativa de vestir la plenitud de su propia Deidad con naturaleza humana. ¡Y Colosenses 1:19 dice Dios quiso hacerlo! Fue Su placer y deleite.

Podríamos estar inclinados a creer que Dios no encontró a un hijo que lo complaciera, pero que hizo un Hijo que fuera complaciente. Pero eso, también, sería erróneo, porque esta plenitud de Deidad, que ahora mora corporalmente en Jesús (Colosenses 2:9), ya existía en forma personal antes de que tomara naturaleza humana en Jesús. Esto nos lleva más atrás hacia la Deidad y hacia la afirmación número 3.

3. El Hijo en quien Dios se complace es la imagen eterna y el reflejo de Dios y es, así, Dios mismo.

En Colosenses 1:15 Pablo dice:

El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación [es decir, que Él es quien ha sido exaltado al estatus de Divinidad de Hijo sobre toda la creación, como muestra la siguiente frase]. Porque en El fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra.

El Hijo es la imagen del Padre. ¿Qué significa esto? Antes, consideremos otro pasaje similar.

En Hebreos 1:3 dice del Hijo:

El es el resplandor de su gloria [de Dios] y la expresión exacta de su naturaleza, y sostiene todas las cosas por la palabra de su poder.

En Filipenses 2:6 Pablo dice:

Aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse

Así que el Hijo en quien Dios se deleita, es Su propia imagen, refleja Su propia gloria, es la expresión exacta de Su naturaleza, existe en Su forma, y es igual a Dios.

Por lo tanto, no debemos sorprendernos cuando el apóstol Juan, en Juan 1:1 dice:

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.

Así que sería un total desatino decir que el Hijo en quien Dios se deleita fue hecho o creado en la encarnación o en otro tiempo. “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios.” Mientras Dios ha existido, ha existido el Verbo, el Hijo de Dios, quien tomó naturaleza humana en Cristo Jesús.

Ahora si podemos tener una mejor idea de lo que la Biblia quiere decir cuando lo llama la imagen, el reflejo, la expresión o la forma de Dios, quien es igual a Dios.

Desde la eternidad la realidad que siempre ha existido es Dios. Este es un gran misterio, porque para nosotros es muy difícil pensar que Dios no ha tenido absolutamente ningún prinpicio y sólo ha estado ahí por siempre y siempre y siempre sin que nada ni nadie lo haga estar ahí – simplemente una realidad absoluta que cada uno de nosotros tenemos que tomar en cuenta nos guste o no.

La Biblia nos enseña que este Dios eterno siempre ha tenido

  • una perfecta imagen de Sí mismo,
  • un perfecto reflejo de Su esencia,
  • una perfecta marca o huella de Su naturaleza,
  • una perfecta forma o expresión de Su gloria.

Estamos al borde de lo inefable, sin embargo podemos atrevernos a decir: Mientras Dios ha sido Dios, ha estado consciente de Sí mismo, y la imagen que tiene de Él es tan perfecta y tan completa como para ser la reproducción viva y personal de Sí mismo. Y esta imagen viva y personal o reflejo o forma de Dios es Dios, es decir, Dios el Hijo. Y, por lo tanto, Dios el Hijo es coeterno con Dios el Padre y es igual en esencia y gloria.

4. El placer de Dios en su Hijo es placer en sí mismo.

Ya que el Hijo es la imagen de Dios, el reflejo de Dios, la expresión de Dios, la forma de Dios, igual a Dios; en efecto, ES Dios, entonces el deleite de Dios en el Hijo es deleite en sí mismo. Por lo tanto, el original, primordial, más profundo y fundamental regocijo de Dios es el gozo que tiene en sus propias perfecciones que ve reflejadas en su Hijo. Él ama al hijo y se deleita y complace en el Hijo porque el Hijo es Dios mismo.

Al principio esto suena como vanidad, y se siente como presunción, suficiencia y egoísmo; porque eso es lo que significaría si alguno de nosotros encontrara su gozo primordial y más profundo en el mirarse a sí mismo en el espejo. Seríamos vanidosos, engreídos, arrogantes y egoístas.

Pero ¿por qué? Porque nosotros fuimos creados para algo infinitamente mejor, más noble, grande y profundo que la auto contemplación. ¿Qué? ¡La contemplación y el disfrute de Dios! Cualquier cosa menor sería considerada idolatría. Dios es el Ser más Glorioso, y no amarlo y disfrutarlo es un gran insulto a su grandeza y valor.

Pero la misma verdad es para Dios. ¿Cómo no insultará Dios a lo que es infinitamente hermoso y glorioso?¿Cómo Dios no cometerá idolatría? Existe solo una posible respuesta: Dios debe amar y complacerse en su propia belleza y perfección sobre todas las cosas. Para nosotros hacer esto frente al espejo es la esencia de la vanidad; para Dios hacerlo frente a Su Hijo es la esencia de la justicia.

¿No es la esencia de la justicia el ser movido por el deleite perfecto en lo que es perfectamente glorioso? Y ¿No es el opuesto de justicia cuando ponemos nuestra estima más alta en cosas de poco o nada de valor?

La justicia de Dios es el infinito entusiasmo, gozo y placer que Él tiene en su propio valor y gloria. Y si actuara en contra de esta pasión eterna por Su propia perfección, sería injusto, sería un idólatra.

Aquí reposa el más grande obstáculo para nuestra salvación: Porque ¿Cómo un Dios tan justo podrá dar su amor a pecadores como nosotros? Pero aquí también reposa el fundamento de nuestra salvación, porque es precisamente por la infinita consideración que el Padre tiene hacia el Hijo que hace posible para mí, un malvado pecador, el ser amado y aceptado en el Hijo, porque a través de su muerte Él restauró todos los insultos e injurias que yo le había hecho a la Gloria del Padre a través de mi pecado.

Veremos esto repetidamente en las siguientes semanas – de qué manera el placer infinito del Padre en su propia perfección es la fuente de nuestra redención, esperanza y regocijo eterno. Hoy es sólo el principio.

Cierro con la quinta afirmación y la aplicación final. Si Scougal está en lo cierto - en que el valor y la excelencia de un alma se mide por el objeto (y agregaría, intensidad) de su amor - entonces…

5. Dios es el más excelso y valioso de todos los seres.

Porque amó a su Hijo, la imagen de su propia gloria, con una perfecta e infinita energía por toda la eternidad. ¡Que gloriosos y felices han sido el Padre, el Hijo y el Espíritu de amor fluyendo entre ellos por toda la eternidad!

¡Asombrémonos de este Gran Dios! Y despojémonos de todos los resentimientos triviales, placeres fugaces y búsquedas insignificantes; y unámonos con la alegría que Dios tiene en la imagen de su propia perfección, que es, Su Hijo. Oremos:

Dios eterno, justo e infinito, confesamos que a menudo te hemos despreciado y nos hemos exaltado a nosotros mismos poniéndonos en el centro de tu cariño donde sólo tú perteneces en la persona de tu Hijo. Nos arrepentimos y nos apartamos de nuestra presunción, y alegremente nos asombramos de tu felicidad eterna y autosuficiente en la comunión de la Trinidad. Y nuestra oración, con las palabras de tu Hijo (Juan 17:26), es que el amor con el que lo has amado esté en nosotros y Él en nosotros, y así seamos llevados a esa comunión de gozo y a ese océano de amor por siempre y siempre. Amén.