La gracia de Dios es asombrosa

Sabemos que las Escrituras proclaman que Dios es misericordioso, pero a muchos les cuesta trabajo creerlo. Otros se preguntan cómo es realmente la gracia. Si a diario tomamos en serio la justicia de Dios y la atrocidad de nuestros pecados, podríamos vernos preguntándole a Dios, “¿Todavía me quieres?”, “¿Por qué eres tan paciente conmigo?” o “¿Por qué no me has matado por lo que he hecho?”

A medida que nuestro odio y conocimiento de nuestros pecados aumentan, necesitamos desesperadamente una visión bíblica de la gracia de Dios. Necesitamos que las Escrituras nos describan una imagen clara de quién es Dios y de cuánto nos ama en Jesucristo. Necesitamos ver al Dios de las Escrituras, quien es tan misericordioso que nos asombra - llevándonos a las lágrimas y al arrepentimiento.

Lo que pensamos de Dios

En Miqueas 6:6-7, los israelitas tienen una imagen distorsionada de Dios. Entre los versículos uno y cinco, el Señor ofrece una reprensión amable preguntando. “¿Qué les he hecho yo?” Él les recuerda cómo los liberó del yugo de Egipto y de otros actos justos que realizó por ellos.

Sus respuestas en los versículos 6-7 dejan sin palabras, pero son dolorosamente familiares:

¿Con qué me presentaré al Señor y me postraré ante el Dios de lo alto? ¿Me presentaré delante de Él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agrada el Señor de millares de carneros, de miríadas de ríos de aceite? ¿Ofreceré mi primogénito por mi rebeldía, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?

En vez de responder con gratitud, se exponen. Sin querer o no, describen una imagen de Dios que lo hace ver exigente, cruel e imposible de complacer. El tono no está claro. Podemos pensar que el orador está tratando realmente de arrepentirse o podríamos pensar que está indignado. Su disposición no es lo relevante. Lo esencial es que la visión que tienen de Dios no se ajusta a la realidad, y estoy muy familiarizado con la visión que tienen de Dios.

Cuando estaba en la universidad, un buen amigo y yo nos encontrábamos confesando nuestros pecados y orando. En ese momento de confesión y oración descubrimos que teníamos una imagen muy parecida de Dios. Ambos veíamos a Dios como el padre enojado, sentado en el trono horrorizado y conmocionado porque habíamos pecado otra vez. El Dios que imaginábamos estaba impaciente, enojado y completamente decepcionado de nosotros. Pensábamos que nuestro padre celestial vivía constantemente frustrado con sus hijos rebeldes. Así que cuando leí Miqueas 6:6-7 recientemente, pude sentirme identificado con los israelitas.

La gracia de Dios no es como la gracia del hombre

Una de las razones que determina la forma que tenemos de ver la gracia de Dios nace, por lo general, de nuestra experiencia con los demás. Puede ser un padre, un familiar o nuestra percepción general de la humanidad, pero nuestra experiencia con personas pecadoras y rotas afecta la imagen que tenemos de nuestro santo y justo Dios. Estamos poco familiarizados con la gracia, la misericordia y la verdad que no está manchada por el pecado. Humanamente hablando, aun cuando hemos experimentado la gracia, nunca hemos conocido a alguien que la personifique perfectamente.

Mientras reflexionaba acerca de la forma en que amamos y mostramos gracia, dos cosas resaltaron con respecto a los hombres y nuestra motivación para perdonar:

  • El hombre natural se ve motivado a ser misericordioso porque sabe (hasta cierto punto) que es tan culpable como la persona que necesita la gracia.
  • El hombre natural perdona porque, por lo general, solo sabe una pequeña parte de todo lo que la otra persona es culpable.

Estoy seguro que los seres humanos tenemos más razones para mostrar misericordia, pero a partir de estas dos descubrimos dos factores que juegan un papel muy importante en nuestra capacidad para perdonar – nuestro propio pecado y nuestra ignorancia.

Gracia asombrosa

Al comenzar a procesar esto quedé totalmente sorprendido. Dios no está motivado por su propia pecaminosidad ni habilitado por su ignorancia. Él es un Dios santo y justo, totalmente libre de pecado y lleno de bondad y de amor. Nunca ha cometido un error y puede hacer todo menos fracasar. Es perfecto en todos sus caminos. Si fuese doctor, nunca perdería un paciente. Si fuese abogado, nunca perdería un caso. No existe compás moral que pueda medir lo recto e intachable que es.

Sin embargo, cuando nosotros, sus hijos pródigos, pecadores y rebeldes, le escupimos en la cara, nos sumimos en nuestro pecado y contristamos su Espíritu, Él nos llama al arrepentimiento con brazos abiertos y afectuosos diciendo, “Ven a casa hijo”.

No desconoce todas las formas en que hemos pecado contra Él. Él sabe todo lo que hemos hecho y es capaz de tolerarlo. Su conocimiento de quiénes somos realmente nunca entorpecerá su amor por nosotros. Hasta sabe de la malicia detrás de nuestras acciones justas. La profundidad con la cual nos conoce el Señor y la capacidad de acogernos afectuosamente como sus hijos, es sobrenatural. La gracia de Dios es asombrosa. Cada vez que pienso en esta realidad lloro, porque sirvo a un Dios cuyo amor y gracia me dejan perplejo.

Conocer la gracia de Dios a través de las Escrituras

El mensaje de esta gracia es proclamado en las Escrituras. Nuestro Dios es “compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado” (Éxodo 34:6-7, LBLA). Esta gracia es propia de la fe cristiana. Ninguna otra religión hace énfasis en la gracia divina como lo hace la Biblia.

Es por esto que, leer la Biblia y comunicarse con Dios son esenciales para el florecer cristiano. Mientras menos leemos la Biblia, más equivocada será nuestra visión de Dios. Si queremos que la gracia de Dios nos asombre una vez más, leamos nuestras Biblias.

(@PhillipMHolmes) served as a content strategist at desiringGod.org. He and his wife, Jasmine, have a son, and they are members of Redeemer Church in Jackson, Mississippi.