El regalo invaluable de cada prueba

“Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas” . . . (Santiago 1:2) Pocas historias nos hacen considerar el gozo sólido en medio del dolor profundo. Esta dicha inamovible no sólo es una marca distintiva en la experiencia cristiana, sino que además se encuentra entre los testimonios más poderosos que podemos presentar ante un mundo incrédulo.

Una cosa es describir el gozo en medio de la prueba de forma externa y reflexionar acerca de él teóricamente; sin embargo, es muy diferente caminar a través de ella por nosotros mismos, experimentándolo internamente, en la práctica, remando contra las olas del mar de la aflicción, como quien está herido y busca desesperadamente que la dificultad y el dolor desaparezcan.

Nuestras dificultades, por sí solas, no son para nada gozosas, y eso es parte de lo que las hace tan difíciles. ¿Qué podría significar, en circunstancias como estas, “tener por sumo gozo”?

No es solamente el gozo

Cuando Santiago nos insta a “tener por sumo gozo”, no quiere decir que todo — todo nuestro dolor, todas nuestras pruebas, todas nuestras dificultades— sea la causa de nuestro gozo por sí solo. El dolor es dolor, no produce gozo en sí mismo. Las pruebas son pruebas, no son fuentes de gozo en sí mismas. En cambio, lo que Santiago nos quiere decir —y lo que nos brinda el evangelio de Cristo— es un lente para ver la vida, y una verdadera posición privilegiada de la realidad, a través de la cual podemos ver que aún las pruebas más difíciles de la vida cumplen un papel vital en nuestro gozo.

Y no es solo “aún”, sino “especialmente”. En la extraña y misteriosa manera en la que Dios gobierna este mundo, las pruebas más difíciles de la vida sirven con un propósito especial para nuestro bien. A menudo, Dios traza las líneas más rectas desde las dificultades más grandes de la vida hacia un gozo más profundo y más dulce. Y no sólo a largo plazo, sino aún en medio de las pruebas. Cuando éstas atacan nuestros placeres superficiales, nos vemos presionados a considerar nuestros tesoros más profundos, más plenos y más ricos, y a tocar aquellas raíces que nos sostienen de maneras que no haríamos cuando todo marcha bien.

Santiago no dice: “Tened sumo gozo, solamente”. Nos estremecemos, gemimos, sentimos dolor. Le preguntamos: “¿Hasta cuándo, Señor?” Dios no espera que recibamos las pruebas como gozo solamente. De hecho, de entre todas las personas, los cristianos debieran ser los más preparados para enfrentar el dolor como tal, la tragedia como tal, el trauma como tal. Valoramos o estimamos nuestras pruebas como algo gozoso, simplemente porque no sentimos que así sea de manera natural.

No solo las pruebas pequeñas

No crean que Santiago considera únicamente las pruebas pequeñas aquí. Él dice “diversas pruebas” puesto que se refiere también a las pruebas grandes. Puede resultar fácil ver cómo Dios está obrando en los pequeños inconvenientes de la vida, más nuestras grandes tragedias hacen que surjan las preguntas más difíciles y más oscuras de nuestra alma.

¿Dios me ha abandonado? ¿Está Él verdaderamente a cargo de la situación y también es bueno? ¿Está Él aún ahí?

Santiago no nos permite rebajar su mandato de “tener por sumo gozo” simplemente en lo que nos resulta fácil. Lo que está en juego son las cosas difíciles: las “pruebas” de la tragedia, las pérdidas, la tristeza, el desaliento y la desesperación prolongada.

¿Por qué tener el dolor por sumo gozo?

El versículo 2 puede ser suficientemente directo, pero nuestras almas necesitan mucho más que un mandato del cual apropiarnos y verlo aplicado finalmente en nuestras vidas. Nuestras mentes y corazones necesitan que se nos den razones, o al menos una. Y es exactamente lo que Santiago hace a continuación.

Podríamos ensayar algunas de las razones claras y bíblicas del porqué debemos “tener por sumo gozo” cuando nos encontramos en diversas pruebas. “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28). Podemos escribir en nuestros corazones durante cada prueba: “Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” (2 Corintios 4:17). Y podemos decir con el apóstol: “Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada” (Romanos 8:18); o con Jesús: “Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande” (Mateo 5:12).

Pero Santiago tiene en mente algo en particular: “sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1:3).

Dios nos guarda en la prueba

La “paciencia” no es una palabra que usamos con frecuencia en la actualidad, y por eso es probable que no nos parezca especialmente atractiva a primera vista. Otro sinónimo podría ser “perseverancia”. La perseverancia por sí sola no es necesariamente deseable (por ejemplo, perseverar en el error). Lo que la hace atractiva es aquello por lo que perseveramos. Y lo que Santiago tiene en consideración es muy claro: la fe en Cristo. Y para los cristianos, perseverar en la fe es de lo que la vida se trata. Si no perseveramos en la fe, estaremos en el lado equivocado de lo que más importa en el universo: estar bien con Dios y disfrutar de Él para siempre, en Jesús.

En otras palabras, una de las cosas que Dios hace cuando prueba nuestra fe es preservarla. Cuando Él, amorosamente, trae las pruebas a nuestras vidas —y Él lo hace amorosamente para todos los que estamos en Jesús— Él está trabajando para nosotros, y en nosotros, uno de los mayores bienes imaginables. Cuando nos prueba, Él toma medidas para guardarnos. Y nos guarda, no sólo protegiendo nuestro nivel de fe actual; no sólo obra cultivando, enriqueciendo, desarrollando y madurando nuestra fe; sino que, al hacerlo, la mantiene viva.

La obra divina de preservación en nosotros por medio de nuestro dolor y dificultad es esencial para lo que más importa, y Santiago hace explícita esa conexión: “Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba, porque una vez que ha sido aprobado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12).

La fe no florece cuando no es puesta a prueba. Se atrofia cuando no es ejercitada. Y eventualmente, muere. Por tanto, si Dios nos ama con Su amor salvador y nos da la fe salvífica, Él se compromete puesto que se preocupa por nosotros, a introducir en nuestras vidas diversas pruebas para capacitar, cultivar, endulzar, fortalecer y madurar lo que más importa en nosotros. Nuestras “diversas pruebas” en esta vida no son superfluas para nuestra perseverancia en la fe. Y no son amenazas para perder nuestra fe, sino que las pruebas son uno de los medios esenciales de Dios a través del cual Él preserva la fe que nos ha dado y nos guarda para Sí.