Nuestras necesidades nos guían a Dios

En las vacaciones de primavera, mi esposo y yo llevamos a nuestros tres hijos al zoológico, donde perseguimos con alegría a los pavos reales y nos sorprendimos del largo de las lenguas de las jirafas mientras les dábamos de comer en vasos de papel.

También pasamos por la jaula de las nutrias cuando la cuidadora se preparaba para alimentarlas. Sosteniendo una cubeta llena de peces fuera del alcance de las nutrias, llevó a una de ellas a otro cuarto y comenzó a alimentar a las otras tres mientras nos explicaba: “Estas son tres nutrias macho. Piden y comen como si estuvieran muertas de hambre, pero no lo están. Vean como tan pronto como agarran un pez buscan un lugar privado para evitar que sus hermanos les quiten la comida”.

Efectivamente, en cuanto recibieron sus peces, corrieron a esquinas separadas y masticaron en seguida su comida, golpeaban fuertemente, mientras pedazos de peces volaban y sus ojos se movían de un lado a otro. La cuidadora continuó diciendo, “debemos separar a la madre nutria para alimentarla sola, de lo contrario sus hijos se llevarían toda la comida”. Con seguridad, pensé yo, también se llevarían toda su cordura.

De alguna manera, todo esto parecía familiar. Con tres niños en crecimiento, mi cuenta de supermercado va en aumento y mi nombre no es “mamá,” sino, “¿mamá puedo comer algo?” Por lo general, la cena es seguida de la petición de una segunda ronda de cena, seguida de la petición denegada de una tercera ronda y reclamos de inanición. En vez de una cuidadora de zoológico repartiendo pescado, soy más una domadora de leones en un ruedo, repeliendo constantemente estómagos hambrientos.

El lugar donde nuestras necesidades apuntan

Ese día en el zoológico, sentí celos de la nutria madre, separada de los arrebatadores de peces para tener una comida en paz.

A veces es difícil para mí entender el nivel de necesidad de comida de mis hijos. Cuando la cocina está limpia y cerrada por el día, sus peticiones constantes pueden ser frustrantes. Pero al final, soy su madre y aun cuando no entiendo sus necesidades, quiero satisfacerlas porque quiero a mis hijos.

La verdad es que no soy muy diferente a mis hijos. Mis necesidades son igualmente compulsivas – aceptación, amor, propósito, descanso, ayuda- pero he perdido el instinto infantil de simplemente pedir a mi Padre que las satisfaga. Cuando mis hijos tienen necesidades, recurren a mí de inmediato. Cuando yo tengo una necesidad, me inclino hacia la vergüenza, la frustración y la culpa.

Las peticiones de mis hijos no son distintas a las de las nutrias, pero yo me he acostumbrado a callar mis necesidades a través de un intento de auto suficiencia o regañándome a mí misma por tener necesidades. Me frustro fácilmente por mi propia fragilidad y debilidad, creyendo que la necesidad es parecida al pecado. De hecho, las necesidades son el primer paso hacia la relación y el disfrute con Dios porque llevan a la dependencia.

Si las dejamos, nuestras necesidades nos llevan a Dios y nos guían a su lado, buscando una salida, una respuesta, la satisfacción en Él. De hecho, los nombres que Él ha escogido para sí en las Escrituras hablan justamente de esto:

  • Todos tenemos la necesidad de aceptación y pertenencia. Dios es llamado Padre de la familia en la que hemos sido adoptados, siendo Cristo nuestro hermano (Gálatas 4:4-6; Romanos 8:17).
  • Todos buscamos satisfacción. Jesús es llamado el pan de la vida y el agua viviente, de la que podemos participar diariamente. (Juan 6:35; Juan 4:13-14)
  • Todos necesitamos ayuda externa para tener vitalidad y crecimiento espiritual. El Espíritu Santo es llamado Ayudante, Consejero, y el que nos convence, porque nos capacita y nos fortalece. (Juan 14:16-17, 26; 16:7-11)
  • Todos necesitamos ser salvados del poder y el peso del pecado, así como de la vergüenza y la culpa que éste genera. Jesús es llamado Salvador y Libertador y Justificador, eliminando la maldición del pecado y haciéndonos perfectos ante Dios. (Gálatas 3:13-14; Colosenses 1:13, 19-2; 2:13-15)
  • Todos necesitamos reposo y descanso, los cuales encontramos al rozar nuestras limitaciones físicas. Dios es Señor del día de reposo, dando descanso a sus santos. (Mateo 12:8; Salmos 127:2; 29:11; 4:8; Hebreos 4:9-11)

Dios nos da nuevos nombres

Los nombres de Dios, a su vez, nos dan nuevos nombres. Él cambia quienes somos. Ya no somos más huérfanos buscando pertenencia, somos Adoptados. Ya no tenemos sed, estamos Satisfechos para Siempre. Ya no somos los condenados, estamos Aprobados. Ya no estamos desamparados y desesperados, somos Ayudados.

La mejor parte de la naturaleza de nuestro Dios es que no nos echa en cara nuestra necesidad. Como madre que ama a sus hijos de manera imperfecta, deseo darles todo lo que pueda. Como un Padre que ama perfectamente, Él nos da exactamente lo que necesitamos de forma correcta. Mejor aún, él entiende nuestra necesidad, ya que ha caminado en nuestros zapatos humanos de limitaciones físicas y de sufrimiento emocional y relacional.

Frente a nuestra gran necesidad, la única opción es transformarnos en una especie de niño hambriento – o quizás en una nutria que pide su pescado. En vez de enfocarnos en las necesidades o pensar que somos tontos por tenerlas, debemos dejar que el hambre apunte hacia el que Cubre las Necesidades.

Cuando nos acercamos a Él, nuestro Cristo no es un domador de leones que nos aleja en nuestro cansancio, hambre y sed. Por el contrario, nos dice “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28, LBLA). Dice, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados” (Mateo 5:6).

Nos recibe con alegría, porque Él es precisamente lo que necesitamos.